28/02/2019 – Dice el monje benedictino Mamerto Menapace que “misionar no es ir a repartir rosarios, o estampitas… sino que es ir a compartir la Fe que uno tiene. Es ir a vivir el Evangelio con aquellos que no tienen la posibilidad de alguien que se los transmita o enseñe”.
Alejandro Calgaro, también conocido como “El mago Ale” (sí, tiene varita y hace magia), dedica su tiempo de descanso para la misión. Hace pocos días, participó de una misión de verano con la Infancia y Adolescencia Misionera (IAM) y en este relato nos cuenta su experiencia:
Mi nombre es Alejandro Calgaro, tengo 22 años, soy de la ciudad de Chajari – Entre Ríos, actualmente me encuentro estudiando en Santa Fe Capital y soy animador de Infancia y Adolescencia Misionera (IAM). Al igual que los últimos cinco años, una vez más tuve la oportunidad de vivir una misión de verano junto a la IAM de la diócesis de Concordia. En ésta ocasión me tocó misionar en “Las Delicias”, una comunidad rural de Federal – Entre Ríos, en la cual compartimos una semana junto a misioneros de toda la diócesis y personas de la comunidad, quienes nos recibieron con los brazos abiertos y un mate en la mano para acompañar cada momento. Nuestros días de misión consistieron principalmente en salir por la mañana a visitar a las familias de la comunidad, por la tarde realizamos encuentros sobre diversos temas con niños, jóvenes y adultos, dónde compartíamos momentos de juegos, actividades, charlas, mates y algo que es fundamental en cada día de misión: los distintos momentos de oración, por la mañana, tarde, noche y con la gracia de poder compartir en comunidad la adoración eucarística y misa diaria. Para poder llegar a cada casa era necesario levantarse temprano, caminar mucho, descalzarse, meterse en el barro, en el agua… se podría decir que era necesario salir de nuestra zona de confort, pero lo hacíamos con la seguridad de saber que estamos invitados a eso, a dejar nuestras comodidades y salir con una sonrisa en el rostro a compartir con el otro, a contagiar la alegría del Evangelio y hacer vida en nosotros su mensaje, para así también poder despertar en los demás el deseo de querer hacer lo mismo. En cada visita tuvimos diferentes experiencias, pero siempre sentimos que las personas nos regalaban un pedacito de su vida al abrirnos la puerta de su hogar y de su corazón para compartir con nosotros y recibirnos tan amablemente, en ese momento uno siente que deja de ser un desconocido y pasa a ser un hermano más. “No hay nada más misionero que el amor” Cada misión me enseña a seguir disfrutando de las pequeñas cosas y en ellas encontrar la presencia y el amor de Dios, disfrutar de cada momento, disfrutar del compartir y el darse a los demás sin esperar algo a cambio. Elijamos la misión como estilo de vida, elijamos vivir, amar y ser felices, vivir cada día amando nuestra propia vida y la de cada persona que tenemos al lado, poniéndonos al servicio de los demás, escuchando, ayudando, aprendiendo de ellos y siendo testimonio del amor de Dios, animándonos a decir “sí” como María, y guiados por nuestra fe salgamos a compartir la alegría del Evangelio.
Mi nombre es Alejandro Calgaro, tengo 22 años, soy de la ciudad de Chajari – Entre Ríos, actualmente me encuentro estudiando en Santa Fe Capital y soy animador de Infancia y Adolescencia Misionera (IAM).
Al igual que los últimos cinco años, una vez más tuve la oportunidad de vivir una misión de verano junto a la IAM de la diócesis de Concordia.
En ésta ocasión me tocó misionar en “Las Delicias”, una comunidad rural de Federal – Entre Ríos, en la cual compartimos una semana junto a misioneros de toda la diócesis y personas de la comunidad, quienes nos recibieron con los brazos abiertos y un mate en la mano para acompañar cada momento.
Nuestros días de misión consistieron principalmente en salir por la mañana a visitar a las familias de la comunidad, por la tarde realizamos encuentros sobre diversos temas con niños, jóvenes y adultos, dónde compartíamos momentos de juegos, actividades, charlas, mates y algo que es fundamental en cada día de misión: los distintos momentos de oración, por la mañana, tarde, noche y con la gracia de poder compartir en comunidad la adoración eucarística y misa diaria.
Para poder llegar a cada casa era necesario levantarse temprano, caminar mucho, descalzarse, meterse en el barro, en el agua… se podría decir que era necesario salir de nuestra zona de confort, pero lo hacíamos con la seguridad de saber que estamos invitados a eso, a dejar nuestras comodidades y salir con una sonrisa en el rostro a compartir con el otro, a contagiar la alegría del Evangelio y hacer vida en nosotros su mensaje, para así también poder despertar en los demás el deseo de querer hacer lo mismo.
En cada visita tuvimos diferentes experiencias, pero siempre sentimos que las personas nos regalaban un pedacito de su vida al abrirnos la puerta de su hogar y de su corazón para compartir con nosotros y recibirnos tan amablemente, en ese momento uno siente que deja de ser un desconocido y pasa a ser un hermano más.
Cada misión me enseña a seguir disfrutando de las pequeñas cosas y en ellas encontrar la presencia y el amor de Dios, disfrutar de cada momento, disfrutar del compartir y el darse a los demás sin esperar algo a cambio.
Elijamos la misión como estilo de vida, elijamos vivir, amar y ser felices, vivir cada día amando nuestra propia vida y la de cada persona que tenemos al lado, poniéndonos al servicio de los demás, escuchando, ayudando, aprendiendo de ellos y siendo testimonio del amor de Dios, animándonos a decir “sí” como María, y guiados por nuestra fe salgamos a compartir la alegría del Evangelio.