Octubre. Mes de las misiones. Tantos recuerdos se vienen a mi mente, y mi corazón, explota de amor.
Primero me pongo triste, y culpo al virus de no permitirme salir a misionar como me gustaría. Pero después freno y pienso, ¿acaso no tenemos el poder de ser y hacer misión en cualquier lugar que nos encontremos? ¿Acaso no somos misión todos los días del año, y en cada sitio que nos toca estar?
Cuando un amigo necesita un consejo y se lo damos, somos misión. Cuando la familia necesita una mano y se la brindamos, somos misión. Cuando alguien necesita de nuestra ayuda y se la ofrecemos, somos misión. Cuando una persona está triste y le regalamos una sonrisa, somos misión.
Podemos ser misión incluso en aquellos momentos en los que ni lo imaginamos. Y entonces, ¿qué estamos esperando? Sigamos siendo misión en tantos corazones que nos necesitan. Y que nosotros también necesitamos. Porque hay algo tan lindo en la misión, que siempre pienso, que si uno no lo vive es imposible de contar.
Es loco, ¿no? Uno es el que dice “voy a misionar”, pero siempre, quien vuelve misionado, es uno mismo. Existe una magia tan especial en el misionar, que se encuentra en la belleza de lo mutuo.
Antes de hacer mi primera misión de verano jamás me hubiera imaginado todo lo que viví y todas las emociones que pasaron por mí. Ahí mismo descubrí que ser misionero te transforma, y que el camino de la misión te cruza con una infinidad de personas que te agarran fuerte de la mano y comienzan a caminar junto a vos, incluso a pesar de la distancia. También te encuentra con caritas y sonrisas que se graban en tu corazón, dejando una huella imposible de borrar, palabras, abrazos y gestos, que te demuestran que sí, que es ahí por donde querés transitar, que exactamente en ese lugar, sos vos, y sos vos junto a otros.
No dejemos que un virus apague nuestro entusiasmo y amor por la misión. Hoy, más que nunca, seamos misión en quienes nos rodean… Aquí estoy, ¡envíame!