Estaban en la barca, cansados de intentarlo, desilusionados ante el fracaso. Se les apareció un hombre y les dijo que lo intentaron una vez más. Lo hicieron. Sacaron una red llena de peces. Juan lo reconoció. Era Jesús.
Pedro al caer en la cuenta de que era a Jesús a quien tenía al frente se alistó y se tiró al mar. No pensó en el riesgo, ni en lo alocado o ridículo que podía verse según quien lo mirara. Él solo miraba a Jesús y Jesús veía en ese acto una entrega de amor. Al llegar a la orilla, Jesús lo secó y lo invitó a descansar.
Llegaron los otros discípulos. Era la hora de comer y compartir, de disfrutar y reír. Rebozaban gozo, desbordaban paz. El resucitado estaba al frente y al mismo tiempo estaba dentro.
Contemplación de San Juan (21, 1-13)