Hay cosas de este sistema educativo ya viciadas, ya obsoletas, pero hay otras que todavía valen la pena agradecer. Por ejemplo, directivos comprometidos con su labor. Hay docentes que ejercen el heroísmo ordinario, el de dar sus clases de buena voluntad, sin arrastrar los pies (o al menos, no todo el ciclo escolar, porque cierto es que todos nos cansamos y más que válido es a veces dejarse caer), que todavía descubren algo de sentido en la opción elegida hace tantos años y se nota cuando los escuchás hablar, cuando los ves enseñar. Hay docentes que se preocupan y se ocupan de sus alumnos, en especial, de aquellos con mayor dificultad. Hay humanidad y ese es el éxito, no haberse convertido en máquinas. Muchos ganan sumas tan grandes de dinero que podrían vivir muchas vidas más sin trabajar y, sin embargo, si tienen suerte, llegado el final descubren que nada de eso se lleva a la tumba y al mirar con perspectiva sus días intuyen que el éxito era otra cosa. Exitosos son los que en el dolor tienen amigos que sostengan, gente querida que acompañe con la presencia, con el gesto, en el silencio. Exitosos son aquellos que ejercen su labor con responsabilidad más allá del reconocimiento sino porque para algo hay que vivir y en el trabajo también va uno encontrando sentido, dejando huellas. Exitoso es quien al llegar a su trabajo encuentra buenos compañeros e incluso, quizás, amigos, porque ha aprendido a querer a esos otros que vaya a saber quién los puso en su camino. Tal vez, otros muy distintos y, sin embargo, siempre cabe la posibilidad de abrirse al encuentro. Exitosos no son quienes no hacen nada, nadie recuerda a quien no deja huella que valga la pena seguir. Serán vivos, o pobres tipos que jamás pudieron tomarse la vida en serio, con la responsabilidad, la entrega y la hondura que eso implica. Exitosos no son quienes despilfarran dinero sino quien se sabe simplificar porque para ser feliz no alcanzan los departamentos en Miami, ni las vacaciones en Cancún. Quien no sabe gustar y encontrar en la presencia de quienes quiere la felicidad, no la encontrará jamás. Quien no sabe hacer silencio para contemplarse y contemplar la vida con mirada agradecida, no hallará en el ruido la felicidad. Para quien no cuida la propia alma, poco valdrá todo por mucho que se tenga. Si uno no encuentra gozo en el tener dos piernas, dos brazos, dos ojos tampoco lo encontrará teniendo un cuerpo de revista. Si uno no halla en la amistad la plenitud de saberse amado, no hay fotos que valgan, no hay regalos que alcancen, no hay nada que sacie la sed de ser queridos. Hay que reeducarnos para gustar lo que realmente nos llena, lo verdaderamente importante. Nadie va a decir que son feas unas cómodas vacaciones en algún lugar que nos guste, pero lo cierto es que no alcanza, no puede ser esa nuestra única fuente de gozo. No se puede vivir de mala gana 350 días para ser feliz unos 15. Cuando soy paciente, he aquí mi gozo. Cuando hago responsablemente mi tarea, he aquí mi huella. Cuando en lugar de ser fuente de queja soy persona agradecida, he aquí mi alegría. Cuando en la era de la indiferencia, sé detenerme a dialogar con otros, cuando soy capaz de escuchar de verdad y puedo interesarme por algo más que por mí misma, he aquí, en mi descentramiento, mi humanidad, y en ella mi plenitud. Cuando sé descansar, cuando reconozco mis límites, cuando pido ayuda, en mi humildad ha de estar mi paz. Cuando en lugar de sumarme a la crítica masiva, sé hacer silencio, no echo más fuego a la hoguera (porque nadie sabe qué lleva cada uno dentro, de qué está hecha cada historia, cuánta herida escondida hay detrás de cada actitud), cuando no soy fuente de conflicto, he aquí mi paz. Entonces, ve uno que no se trata de dinero (sí que es importante porque no se come aire pero es necesario reconocer que no es lo más importante), ni tampoco de huirle a la responsabilidad, ni de tener el trabajo ideal (ya que los ideales jamás aterrizan en el suelo de la realidad) sino que se trata de SENTIDO, de aprender a vivir y a gustar lo de todos los días para no ser eternos insatisfechos, pobres desgraciados, ciegos de necesidades inventadas, sin conocer jamás el regalo cotidiano de ser querido, de estar acompañado, de hacer el bien, de estar sanos, de dejar huella, de ser humanos…