Elegidos para permanecer

miércoles, 14 de mayo de

(Hch 1,15-17.20-26; Jn 15,9-17)

Judas se ha rendido y alguien más debe retomar su misión de testigo. Pedro comienza a cimentar la iglesia: «Que su cargo lo ocupe otro», la decisión final será de Dios: «Y rezaron así: «Señor, tú penetras el corazón de todos; muéstranos a cuál de los dos has elegido»». Cuando los discípulos oran y eligen a Matías están restituyendo la base de los doce.

Pero no eligen por sí mismos, sino en el Espíritu de Aquel que les dijo: «No fueron ustedes los que me eligieron a mí…». Es siempre Cristo quien elige primero.

Nos elige para «permanecer», para encontrar nuestro lugar esencial, donde ser plenos: su amor (Jn 15,9).
Y es desde esa permanencia que brota toda misión, solo en nuestro ambiente vital podemos crecer. La vida puede llevarnos de aquí para allá, subirnos o bajarnos, mimarnos o pellizcarnos, pasearnos por los límites más áridos, pero nuestro lugar es el que Él nos dejó para habitar: su Amor…

Cuando nos sentimos perdidos, cuando las calles se nos confunden y erramos, cruzamos sin mirar, pasamos luces rojas, nos aturden el ruido y el vértigo, esa esfera de permanencia sigue siendo, es un no-lugar donde refugiarnos de nuestros propios quebrantos, un espacio de comunión donde consolarnos y revivir.

Él nos eligió para que permanezcamos allí. No hay opción en esto, somos libres de negarnos, pero ya somos elegidos.

Ahora bien, podríamos haber sido elegidos, pero no saberlo. Jesús, que vino a traer el mensaje, a anunciar la Buena Nueva (eu-angelios), conocedor de nuestras dudas y debilidades, lo aclara muy explícitamente: «Les he dicho esto para que mi alegría esté en ustedes, y su alegría sea plena» (Jn 15,11).

El mensaje está dado… Permanezcan en mi amor y los plenificaré, porque la buena nueva es regocijo.
Porque no hay alegría más plena que saber que hemos sido destinados por amor, para dar fruto, no por mérito, sino por gracia.