En invierno, reencender el fuego

viernes, 26 de julio de
image_pdfimage_print

Siempre he dicho que no me gusta el invierno. Una época tan fría y que pareciera ser tan extensa. Además aquí en mi País (Chile) cambian la hora y a eso de las 6 de la tarde ya está oscuro como si fuera de noche. He escuchado a mucha gente también decir que esta estación los vuelve más melancólicos y deprimidos. Y puede ser. Incluso creo que a ratos a mí también me pasa.

Y a pesar que no me gusta, hay que seguir poniéndole el hombro a la vida ya que los seres humanos no somos como otras especies de seres vivos que tienen la capacidad de hibernar, que es el estado fisiológico de adaptarse a condiciones climáticas extremas. A nosotros parece que este tiempo climático nos paraliza.

Pero pienso que uno no debe pasar la vida lamentándose o quedándose inerte. La vida está para vivirla a pleno, de principio a fin, desde que abrimos los ojos en la mañana cuando nos levantamos, hasta el último minuto de la noche antes de dormir.

¿Pero qué hacer con esta época fría que nos hiela el cuerpo y a ratos también el corazón?. Y lo grita con fuerza mi corazón de hijo: buscar el calor de Dios. Es que no se me ocurre otra cosa puesto que cualquier modo de calefacción cuando está apagado no sirve para nada, pero la llama del fuego de Dios sigue ardiendo en todo momento y nos da su calor desde dentro hacia afuera.

Y al mismo tiempo podemos compartir ese calor con otros, ese fuego de la palabra de Dios que incendia nuestras vidas cuando la leemos y reflexionamos y nos mueve a no quedarnos quietos sino a ponernos en movimiento para anunciarla a todos quienes se cruzan en nuestro camino.

Toda esta reflexión me hace pensar en el diálogo que sostuvieron San Ignacio con San Francisco Javier antes que éste último partiera hacia el oriente en misión. S. Ignacio le diría: “Ve e inflama todas las cosas” y no se refería precisamente a andar encendiendo fogones o chimeneas a su paso, sino poner todo de sí para que el Señor ardiera en el corazón de las personas.

Y para reflexionar me surge: ¿Doy paso para que el Señor inflame mi corazón de su amor, con su Palabra? ¿De qué manera yo puedo compartir este fuego con los demás?