En la JMJ de la cruz al camino de resurrección

lunes, 18 de marzo de

 

Hace un rato ya que no escribía. No por no querer, sino por un huracán de situaciones que se fueron presentando. No solo las responsabilidades con las que uno se ve enfrentado, sino también algunas cosas que te sacan de la cotidianeidad y te aprietan el corazón. Una de esas cosas es la salud. Nunca estamos preparados para darle el pase a la enfermedad, por eso siempre se nos mueve el piso cuando llega. El enfermo era mi papá, pero como Dios siempre se vale de nosotros, me tocó acompañar mucho sus dolencias y cuidarlo, así como él lo hizo conmigo cuando yo era niño.

Y ahora, que todo está más tranquilo, puedo respirar y comenzar a ponerle palabras a mis vivencias. Todo está en paz. Comenzando ya un nuevo año laboral y académico. Y aunque parece que no llegué a descansar mucho el cuerpo en las vacaciones, si pude hacerlo en el Espíritu, oxigenando mis pulmones de ese aire de Dios que da vida y reconforta.

Este verano que pasó pude participar de la Jornada Mundial de la juventud en Panamá. Una experiencia realmente inolvidable que nunca imaginé que iba a vivir. Iba con muchas expectativas y ansiedad. Sabía a grandes rasgos lo que se hacía en una jornada, pero lo que no sabía era el sinfín de experiencias que iba a tener. ¡Fue un tremendo regalo! Una de las cosas que me gusta destacar fue sentir la tremenda comunión eclesial con tantos hermanos de muchos rincones del planeta. El límite del idioma nos hizo ir más allá y entendernos en un mismo lenguaje del amor sin fronteras. ¡Una verdadera fiesta de la Iglesia Joven! Una Iglesia que se vuelve fuente inagotable para todos y de la cual todos podemos beber. Para mí estar allí fue realmente sentir que “no estoy solo” en este caminar de la fe que a veces se torna tan complejo. Mirar a tanta gente siguiendo los pasos de Jesús me animó mucho, fue sentirme invitado a renovar mi respuesta, a no decaer cuando el mundo ofrece tantas cosas que pueden parecer atractivas pero que no nos da la plenitud que Dios quiere para nuestras vidas.

Estar en la jornada fue también mirar mi vida con verdad. Fue sentirme muy amado por Dios incluso cuando yo mismo busco cambiar todo el tiempo aquello que no me gusta de mí. Recuerdo perfectamente las palabras del Papa Francisco en el Vía Crucis: “En la cruz te unes al vía crucis de cada persona, de cada situación para transformarla en camino de resurrección”. ¡Y así lo siento! Estar allí y escuchar esas palabras fue como que Dios me invitaba a reaccionar, a no gastar mis energías en querer cambiar a toda costa mis defectos. El Señor me ayuda a no quedarme encerrado en mi fragilidad, en esas situaciones que mucho tienen de cruz y me hacen vivir con culpa y ahogarme en la desesperanza. Dios no quiere eso, me dice que mi vida es demasiado valiosa como para caminarla con la nube negra encima. Quiere que vaya más allá. Que tome mi cruz y así con todo le siga. Dios es pura misericordia, es pura generosidad… entregó a su Hijo en el madero para salvarme y yo sigo encerrado en mis faltas.

Y con las palabras del Papa Francisco, vuelvo a comenzar. Desde allí, de mi yo más pobre comienzo la reconstrucción. Jesús se une a mi Vía Crucis y lo transforma en camino de resurrección!