Retomamos las actividades de cada día y mientras marchamos observamos cuánta vida hay a nuestro alrededor.
Las escuelas reabren sus puertas y acogen la vida de nuestros pequeños, adolescentes y jóvenes. Los días retoman la fuerza y el valor de la vida en todas sus formas, ya nada es como antes. Los abrazos son detenidos, los besos esperan ser dados en algún momento mientras las miradas más que nunca se hacen encuentro, sin embargo, nuestro corazón se alegra porque de una u otra manera nos volvemos a encontrar en el bullicio de la vida.
Las preocupaciones por el día a día también tienen un lugar en nuestro interior. El trabajo, el estudio, las responsabilidades propias con los demás y con nosotros mismos; todo lo que somos y hacemos lleva tiempo de vida.
Caminamos hacia la Pascua en medio de la Cuaresma. Este tiempo nos invita de una manera especial a redescubrir cuánta vida en plenitud Dios nos ha dado, cuánta misericordia se nos ha regalado. La Cuaresma en medio de las actividades propias de la vida cotidiana es una fiesta que nos lanza a danzar desde nuestras realidades con la conciencia de ser hijos de Dios.
La esperanza una vez más quiere animar y fortalecer nuestras vidas. La Pascua nos espera. La Cuaresma nos acompaña en el trajín cotidiano de la vida, la alegría del encuentro se torna alentadora en el alma y mientras caminamos vamos dejando destellos de vida porque somos portadores de la vida en plenitud que Dios nos ha dado por el simple y extraordinario plan que Él ha tenido con cada uno de nosotros.
Vida cotidiana: ordinaria y extraordinaria. Sí, en esa paradoja de la vida estamos todos.
Ojalá seamos capaces de dar espacio a la virtud teologal de la esperanza en nuestras vidas cotidianas; animados y fortalecidos por ella, sigamos caminando en esta Cuaresma hacia la Pascua para encontrarnos en la fiesta de la vida plena y mientras danzamos, celebrar y disfrutar de sabernos hermanos entre todos y herederos de la Vida eterna.
Carolina Lizárraga, SSpS.