San Agustín tuvo la experiencia de buscar la felicidad por todos lados, y sus intentos fueron en vano y terminaron vaciándolo. Un día descubrió que él estaba habitado por Dios mismo y se sintió indigno.
Angosta es la casa de mi alma para que vengas a ella: sea ensanchada por Ti. Ruinosa está: repárala. Hay en ella cosas que ofenden tus ojos: lo confieso y lo sé; pero ¿quién la limpiará o a quién otro clamaré fuera de Ti? Tú lo sabes, Señor. No quiero contender en juicio contigo, que eres la verdad, y no quiero engañarme a mí mismo, para que no se engañe a sí misma mi iniquidad.
San Agustín