En este día de Ramos se nos presenta el Señor como el rey humilde, alabado sólo por los sencillos, los pobres, los que no cuentan en sociedad y a la vez, perseguido a muerte por los poderosos de la sociedad, los sabios, todos aquellos que no están dispuestos a cambiar de vida… en definitiva todos aquellos que no reconocen en Jesús al que viene en nombre del Señor. Esta escena es una fiesta agridulce, incluso para el mismo Señor. Los sentimientos de Jesús seguramente eran encontrados; por un lado la manifestación gozosa del pueblo y el reconocimiento que Jesús acepta y seguramente lo goza. No es una entrada de un poderoso, que en su época eran los militares que volvían gloriosos después de la guerra en un carro de asalto, ingresando en calidad prácticamente de Dios. En contraste la entrada del Señor que es Dios, pero entra humilde en una burrita, signo de humildad y pequeñez. Es un rey distinto “mi reino no es de este mundo”.
El Señor sabía que le había llegado la hora más difícil, donde la redención iba a tomar la forma humanamente más dolorosa. Los sentimientos de Jesús eran encontrados entre el gozo y las lágrimas, entre la gloria y la angustia, entre la amistad y la traición, entre la paz y la guerra, entre la confianza y la perturbación. Ha llegado la hora, Padre líbrame de esta hora, pero si he llegado para ésto, glorifica tu Nombre (Jn 12, 23). El día de Ramos es triunfo del Señor pero con presentimientos amargos, día en que el Señor es glorificado pero con un contrapunto de amenaza de muerte, procesión con Ramos de paz pero que serán rechazadas.
Nosotros dejemos a Jesús que se goce en este día, lo saludemos como los demás, pero el desafío es que también vayamos con Él. La composición de lugar será en esta escena con la vista imaginativa, como dice Ignacio, ver a Jesús entrando en Jerusalén montado en un asna, aclamado por la gente sencilla cantando “Hosana al hijo de David, bendito el que viene en nombre del Señor, hosana”. En la petición vamos a pedir: Conocimiento interno del Señor que por mí se revela como Rey humilde y sencillo para que más le ame y le sirva. El Señor va a Jerusalén por mí…
Estamos en el umbral de la pasión y la tradición iconográfica muestra al burro que el Señor pide que busquen, como un detalle cargada de sencillez y humanidad, contrapuesto a la cabalgadura de los poderosos. Son las necesidades de un Dios que elige siempre lo débil y lo que no cuenta para confundir a los prepotentes. Así se lo va a reconocer en la imagen del siervo tomando la condición de esclavo sin hacer alarde de su categoría de Dios para poder dar una palabra de aliento a cualquiera que sufra abatimiento. Es el estremecedor relato de lo que ha costado nuestra redención, en ese drama está la respuesta de amor extremo de parte de Dios. Nuestra felicidad, el acceso a la gracia ha tenido un precio: Él ha pagado por mí. Nos situamos en ese escenario, Dios en su hijo nos obtendrá la condición de hijos ante Él y de hermanos entre nosotros.
La franciscana Angela de Forino al contemplar la pasión decía “Tú no me has amado en broma”. O el realismo de San Pablo “Me amó y se entregó por mí” (Gl 2, 20). San Ignacio también toma este “por mí”. Sin este realismo que personaliza, este “por mí”, estaríamos como espectadores ausentes que a lo sumo siguen el desarrollo del proceso de Dios desde la butaca de la lástima o la indiferencia. Por eso nosotros podemos decir que todo lo que sucedió en aquellos días fue “por mí”, nosotros estábamos allí. Sólo quien reconoce ese “por mí” va a poder adorar al Señor con un corazón agradecido.
Volviendo al burrito, es lindo volver a escuchar las palabras del evangelio en donde Jesús dice “si alguien les pregunta algo cuando desaten la burra díganle que el Señor lo necesita”. Ojala podamos sentir que el Señor “nos necesita”, y que podamos responder cuando el Señor nos llama. Él nos necesita, nosotros también somos humildes portadores de quien viene como rey en nombre de Dios como aquel burrito.
Por otro lado Jesús entra en Jerusalén. Al comenzar esta semana nos puede ayudar ubicarnos con la vista imaginativa nosotros a la puerta de Jerusalén, allí como los discípulos y la multitud, en la entrada del Señor a la ciudad para ir a la cruz y dejarnos preguntar por el Señor: ¿Venís conmigo? ¿entrás conmigo en la Pasión?. Jesús entra en la fase más radical de su misión, su muerte y su resurrección, y como hombre no puede no sentir la resistencia a este camino doloroso, de hecho lo dice el evangelista “Cuando llegó el tiempo de su partida de este mundo, Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén” (Lc 9, 51-52). Es interesante porque en la versión griega para decir que “tomó la decisión” dice que Jesús endureció el rostro y se encaminó. Hay decisiones y pasos en la vida de todo hombre, y también de Cristo, que hay que darlos así, endureciendo el rostro, apretando las mandíbulas y “encarando”.
Padre Ángel Rossi, fragmento de Ejercicios Ignacianos en Radio María
Foto: Eze Lobaiza en Cathopic