Juan 13,21-33.36-38
Este pasaje del Evangelio, leído en crudo, como si fuéramos testigos presenciales, ignorantes de todo lo que allí no se ve o escucha, refleja el momento de mayor confusión. Todo está oscuro, palabras a medias o excesivas para la limitada comprensión humana…
Jesús está profundamente turbado en su anonadamiento, a pesar de ver en los corazones. O por eso: por ver en los corazones.
Ve que siguen sin comprender, ve que siguen esperando otros signos, que no los ha penetrado su mensaje más hondo. Que están perplejos, más allá de su anuncio de la traición. Ellos no entendieron. Hasta el más amado se maneja como en las intrigas del poder, buscando información en lo oculto. Unos murmuran, otros ofrecen saltar al abismo sin reconocer su naturaleza frágil. Están fuera de eje, como ovejas sin pastor. ¡Y tienen allí al Pastor!
Todo esto es un golpe en Su corazón, decidido a entregarse. Y, en medio de esta gran oscuridad, los abraza con su palabra más tierna: «Hijitos…».
Asumamos todas nuestras debilidades, Él las conoce, no hay de qué avergonzarse, lo entristece más nuestro esfuerzo por ocultarlas. Expongámoslas ante Él y dejémonos acariciar, apretados por su abrazo: «Hijitos…».