Nada es tan grande y fabuloso como cuando la semilla del amor por la cual se apuesta, brota en doce meses. La vida de uno se vuelve flor cuando es posible sostener la esperanza en alguien.
La alegría rebalsa cuando se cae en la cuenta de que el otro, en un año, se ha vuelto todo. Y es un paraíso considerar que a pesar de muchas diferencias, se prefiera seguir, apostar.
Una relación se fomenta no sólo en el hecho de que el otro me quiera, sino también en la renuncia, en la presencia. En la capacidad de escucha y acogimiento de su persona. Se trata de hacer de quien yo amo, un proyecto de vida. Un proyecto de amor en la cercanía, en la comprensión, en el diálogo. Donde de a poco se construyan también lazos para sostenerse en las adversidades y circunstancias de la vida.
Cumplir un año de novios no es mucho, pero tampoco es poco. El amor necesita ser atizado también por el soplo del Espíritu, para que pueda Dios hacer del noviazgo no sólo una relación de personas, sino también un testimonio, un pedazo de cielo entre dos.
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