Domingo 4 de Agosto del 2019 – Evangelio según san Lucas 12, 13-21

viernes, 2 de agosto de
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Uno de la multitud le dijo: «Maestro, dile a mi hermano que comparta conmigo la herencia».

Jesús le respondió: «Amigo, ¿quién me ha constituido juez o árbitro entre ustedes?» Después les dijo: «Cuídense de toda avaricia, porque aun en medio de la abundancia, la vida de un hombre no está asegurada por sus riquezas».

Les dijo entonces una parábola: «Había un hombre rico, cuyas tierras habían producido mucho, y se preguntaba a sí mismo: “¿Qué voy a hacer? No tengo dónde guardar mi cosecha”. Después pensó: “Voy a hacer esto: demoleré mis graneros, construiré otros más grandes y amontonaré allí todo mi trigo y mis bienes, y diré a mi alma: Alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe y date buena vida”.

Pero Dios le dijo: “Insensato, esta misma noche vas a morir. ¿Y para quién será lo que has amontonado?”

Esto es lo que sucede al que acumula riquezas para sí, y no es rico a los ojos de Dios».

 

Palabra de Dios

 


P. Sebastián García sacerdote del Sagrado Corazón de Betharrám

 

En el texto de hoy hay dos dimensiones que podemos abordar para rezar, contemplar y meditar.

La primera tiene más bien un tinte personal y es aquella a la que se refiere Jesús cuando dice: “la vida de un hombre no está asegurada por sus riquezas”. Es una muy linda palaba porque nos hace pensar en cada uno de nosotros y en nuestra propia vida y sobre todo en nuestro propio modo de vivir. Y de relacionarnos con la riqueza; no sólo los bienes materiales, sino todo don, talento, virtud, carisma personal. Está más que claro que la acumulación compulsiva de bienes para uso estrictamente personal, además de ser un pecado social, no asegura ni garantiza la vida de una persona. Esto es así.

Sin embargo además podemos pensar en las otras riquezas que mencionábamos antes: nada de todo lo bueno que yo pueda pensar, decir o hacer me garantiza una seguridad de vida. Creo que es importante hoy más que nunca porque considero que una de las mayores tentaciones que tenemos todos los cristianos hoy en día es el pelagianismo. Pelagio era un monje británico que además de negar el pecado original, desconfiaba de la gracia: el hombre se salvaba por el mero hacer de su propia voluntad y esfuerzo. Hoy está de moda en la Cultura del Consumo la meritocracia que es justamente un claro ejemplo de esto. Estamos tentados a alejarnos de Jesús pero por sobre todas las cosas, por no confiar en el poder de la gracias de su espíritu, que no es ni más ni menos que la gracia del Espíritu Santo. Es como decirle a Jesús: “Está bien, te doy todo en mi vida. Todo, sí; todo todo… no…” Y creer que lo que nos salva es solo lo que podemos hacer nosotros por el mero esfuerzo de la propia voluntad y el propio yo: soy yo el que tiene que hacer, el que tiene que buscar, el que tiene que esforzarse para…

De ninguna manera decimos con esto que lo que tenemos que hacer entonces es relajarnos y esperar todo de Dios. Sino lograr la plena adhesión a la persona de Jesús sabiendo que es su gracia la que nos impulsa a hacer las cosas, pequeñas o grandes, ordinarias o extraordinarias de nuestra vida que son las que terminan dándole sentido. Somos cooperadores de la gracia del Espíritu Santo. Trabajamos juntos. Y también desterramos esa mala catequesis de que todo lo bueno que hay en mi vida es de Dios y todo lo malo es culpa mía. No. De ninguna manera. Los grandes logros de mi vida han sido por dejarme conducir por la gracia; y en los peores momentos, en los momentos de dolor, fracaso, desilusión, ahí también y más aún, actúa la gracia de Jesús.

Lo segundo para poder meditar hoy es la dimensión social que tiene esta Palabra. “Esto es lo que sucede al que acumula riquezas para sí, y no es rico a los ojos de Dios”. Miles de veces he asistido a charlas en que se habla de que “uno puede ser rico a los ojos del mundo, pero pobre a los ojos de Dios”; “los pobres no son solo los que no tienen nada…”; “uno puede ser pobre y no por eso estar cerca de Dios…”; “hay personas que tienen muchos bienes, que son ricas y son buenas personas y pobres que no tienen nada y son todos ladrones y delincuentes…”. En lo personal este tipo de charlas, típicas de nuestra bendita Iglesia Católica, no solo aburren y asfixian la vida del Espíritu, sino que no tienen ningún tipo de sentido.

El eje está, como siempre, en lo que dice Jesús. El pecado está en el acumular para sí. Entonces el tema de fondo no es tener o no tener, el problema no son los bienes, sino justamente el uso que hacemos de ellos, a qué los destinamos y cómo los administramos. San Bernardo de Claraval decía: “lo que a mí me sobra es porque a otro le falta”. Clarísmo. Ahí está la cuestión. En la dimensión social de la riqueza y los bienes. El mal está en el acumular compulsivamente para sí, rompiendo toda comunión con los demás. El gran problema del mundo no es la riqueza en sí, sino la mala distribución de esta. Unos pocos que tienen demasiado y millones que se arreglan día a día con migajas. El problema no es tener o no tener. El problema es qué tipo de uso le estamos dando a la riqueza. Y esto será cuestión de las grandes transnacionales de los países desarrollados que siguen vaciando de recursos a los países en desarrollo, empobreciéndolos cada vez más, pero también cuestión de cada uno de nosotros de pensar cómo vivimos y si nuestro vivir se parece a la pobreza de Jesús de Nazaret. La justa distribución de la riqueza empieza por casa, cuando soy capaz de dar y darme. Y no dar lo que me sobra, sino lo que soy. Sin prejuicio alguno, muchas veces las comunidades más pobres son las que más aportan al sostenimiento de la Iglesia y de los pobres que las más ricas.

La verdadera riqueza será el escándalo del compartir, construir comunidad, tender puentes, distribuir equitativamente, luchar juntos por remuneraciones justas, salir a pechearle juntos al frío de la calle, sostener aportes económicos en el tiempo y no sólo en ocasiones extraordinarias. Hacerle frente al individualismo de la Cultura de la Muerte que nos quiere a todos separados, desorganizados, enfrentados, divididos, “engrietados”, mirándonos el ombligo cada uno por su parte y mirando para otro lado los que más tienen.

Que Jesús nos regale un corazón semejante al Suyo y así vencer la acumulación de riquezas y la falsa seguridad de que todo es logro personal.