Entre lo que soy y lo que puedo llegar a ser, entre el gozo desbordante y la frustración avasallante, entre mis expectativas y la realidad, estás Vos, en una y en otra, en igual medida, ¡qué misterio! Y qué locura que dentro quepa tanta ambivalencia. Voy aprendiendo (no sin tropiezos) a amar lo chato, o eso deseo y por ello lo intento. Quiero saber gustar de las horas que no brillan. ¿Cómo se gusta internamente de aquello que nos desacomoda y nos incomoda? ¿Cómo se gusta el límite propio o impuesto?
Supongo que tendré que resignificar el término gustar y ampliarlo. De ahora en más ‘gustar’ no solo será para mí “encontrar gusto”, “disfrutar”, “gustar gozosa de lo que es” sino que implicará principalmente el saber sentir, el dejarme atravesar, el mirar con profunda esperanza y con cierta perspectiva lo que es. Yo no soy un día gris aislado, ni una mala clase, ni un faltar a mi entrenamiento. Soy la suma, soy el todo. Lleva tiempo esto de aceptarme tal cual soy y aceptar en igual medida los límites impuestos por las circunstancias.
Supongo que una gracia de Dios es la flexibilidad, el saber hallar a Dios allí donde estoy, allí donde soy y a veces será por carencia que lo reconoceré. Veré en mí la posibilidad. Tendré que verme vacía para luego dejarme llenar.
Silencioso y minucioso trabajo de Dios este irme moldeando. Deseo dejarme hacer sin oponer resistencias. Es más, quisiera saber agradecer que se me está haciendo día y noche, continuamente, aunque a veces eso me genere cierta incomodidad.
Enséñame, Señor, a amar el barro que soy, enséñame a cuidar el barro que soy. Enséñame a confiar en Ti, amado alfarero. Enséñame a agradecer el proceso. Enséñame a gustar el vaivén cotidiano, la vida cuando no brilla, los planes cuando no salen, el cansancio cuando no es feliz sino llano. Enséñame a acogerlo todo como lo hiciste Tú por 30 años, sin escandalizarte, sin querer otra cosa que lo que es en el presente, entregado, a veces doliente, otras reluciente, más siempre amado.