Hacer vida el Evangelio

viernes, 3 de julio de
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El otro día un amigo, en pos de seguir esos desafíos virales de cuarentena, me pidió que publicara la portada de 10 libros, pero sin contar por qué. Pero cuando miré para el escritorio y vi apoyado el Evangelio (definitivamente un libro que tendría un lugar en ese desafío) me pareció que solamente subir una foto sin contar nada de su historia era un desperdicio. Así que acá va.

Es chiquito, así de esos que son para guardar en el bolsillo. Está lleno de barro seco, tiene páginas subrayadas y palabras marcadas con lápiz, con lapiceras de colores, con resaltadores.  Tiene kilómetros y kilómetros recorridos, muchísimas casas visitadas, lágrimas, mates, risas. Anécdotas divertidas y también recuerdos tristes. Fue prestado y devuelto unas cuantas veces. Tiene algunas páginas con las puntas dobladas y la portada marcada justo en la mitad. Está forrado con contact que se despegó a los costados. Lo cambié de mochila miles de veces y otras tantas me lo llevé conmigo en el bolsillo, para tenerlo a mano y poder leerlo. Una vez, en la calle, se me cayó de la campera y, cuando me di cuenta, volví a buscarlo con miedo de haberlo perdido. Pero ahí estaba, esperádome en el medio de la vereda, justo en la esquina de Coronel Díaz y Juncal. Después de eso le puse mi nombre, y mi mail, no sea cosa que alguien lo encuentre y no sepa a quién devolverlo.

Una vez se le volcó un frasco de perfume para la ropa encima y ahora, cada vez que lo hojeas, desprende olor a panda bebé.  También sobrevivió al diluvio nocturno de la noche del 8 de agosto de hace ya dos años en el Congreso: había quedado en el bolsillo externo de mi mochila, que estaba tirada con el montón. Cuando llegué a mi casa y lo saqué, estaba todo mojado y chorreando barro. Lo sequé con el secador y pensé que no lo iba a poder usar más, pero sobrevivió a la batalla y pudo seguir dando pelea.

Tal vez algunos se horroricen por tan maltratado que está el pobre libro, pero ¡menos mal que está así! Porque, ¿qué mejor ejemplo para mostrarnos que nosotros mismos tenemos que hacer vida el Evangelio? Meternos en el barro, gastarnos para los demás, recorrer distancias para anunciar a Jesús, resaltar y anclar los momentos que nos unen a Cristo, ponerle nombre a la vida, nuestro nombre, y hacernos cargo de la misión que tenemos en esta tierra.

¿Qué mejor ejemplo para mostrarnos que tenemos que convertir el Evangelio en actos? ¿Qué mejor ejemplo para que veamos cómo Jesús está, y está siempre? Es muy grande el riesgo de entronizar el Evangelio y no dejarlo que se ensucie, que se gaste, que se anuncie.

Cuando vi el Evangelio medio achacado, sucio, escrito y gastado me pareció algo fantástico. Porque a pesar de las manchas y el uso, ese libro chiquito sigue llevando el tesoro más grande que tenemos: Jesús. Sigue siendo Palabra de Dios en el mundo, y si pudiese hablar, me pediría a gritos que lo siga llevando a más y más personas.

El Evangelio no está para dejarlo guardado en un estante de la biblioteca y que quede impoluto en un rincón. No está para que no lo prestemos y no se lo dejemos usar a nadie. No está para quedarse ahí cuidado, protegido, sin manchas, sin colores. El Evangelio está para vivirlo, para leerlo, para llevarlo, para prestarlo. Para dejarlo que se ensucie y que se gaste, para darlo. Para dejarlo que nos acompañe en todos los momentos de nuestra vida.

Tenemos que hacer de nuestra vida un Evangelio. Tenemos que llevar a Jesús siempre y a todo lugar. No importa si en el camino nos llenamos de barro y nos rompemos un poco. Porque al fin y al cabo, si nos rompimos y nos ensuciamos es porque vivimos. Y si en ese vivir fuimos testigos para los demás del amor de Jesús, entonces todo habrá valido la pena.