Jesús escoge sentarse a la mesa conmigo – Jueves Santo

jueves, 18 de abril de
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“Jesús conocía al que lo iba a entregar y por eso dijo que no todos estaban limpios” (Jn 13, 11)

Comienzo con esta cita bíblica, porque quisiera detenerme en un detalle no menor que sucede este día jueves en la última cena. Está bien y es muy significativo poder reflexionar cada año en aspectos como la Eucaristía, este misterio de amor inagotable que brota en esa noche Santa; o también el sacerdocio como parte de la misión que Jesús encomienda a sus apóstoles. También es muy válido concentrarnos en la actitud de servicio de Jesús que ciñéndose una toalla a la cintura, se sube las mangas y se agacha a lavar los pies a sus discípulos en señal de total humildad y disposición de servir a sus hermanos. Todo lo anterior nos enseña siempre, y nos pone en disposición cada año para vivir este día con mayor profundidad, contemplando esa escena, esa última noche del Maestro junto a sus amigos.

Y aunque a mí también eso me ayuda, esta vez Dios ha puesto en mí una moción diferente. Y es que ¿cómo se entiende que Jesús que ya sabía quién lo iba a entregar, de igual modo estuvo sentado a la mesa con el traidor compartiendo la cena? Y es que lo único que me surge es que Jesús así lo dispuso. Sabiendo que Judas lo entregaría, escoge sentarse a la mesa con él y compartir esos últimos instantes. Aunque la traición era inminente, Jesús sabía que esa era la voluntad del Padre y que todo tenía que cumplirse.

Y esta reflexión me hace traer esta imagen tan nítida a mi propia realidad. Poder imaginarme sentado junto a Jesús. Este Jesús que hace su opción por mí. Conociendo mi historia, mi propia debilidad, con esas traiciones que algo tienen de Judas, así, con todo, Él decide libremente sentarse en la mesa junto a mí, acoger mi fragilidad. Y es que tengo plena conciencia que en el corazón de Jesús siempre se está gestando la misericordia. La misma misericordia que sintió por Judas, quién no se dejó abrazar por ella y prefirió quedarse encerrado en la culpa. Y aunque a veces esa culpa pareciera que nos carcome un poco la vida como las termitas a la madera, yo siento un corazón libre que espera el perdón de Jesús que nos ama y por eso siempre nos reserva un lugar privilegiado junto a Él.