Llorar nuestras cobardías

miércoles, 24 de marzo de
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ContemplarTe y contemplarme: Marcos 10, 17-30

El joven viene corriendo desde lejos. Encuentra a Jesús, se postra ante Él. Trae unas zapatillas grandes y aparentemente cómodas, lleva en su espalda una mochila. Le pregunta a Jesús cómo alcanzar la vida en plenitud y Jesús responde con los mandamientos. El joven se siente aliviado porque los cumple. Jesús sabiendo lo que seguía (pedirle el corazón), lo miró con ternura, lo amó. Le pidió que vendiera sus posesiones y lo siguiera. Jesús lo mira, lo espera, tiene su mano extendida. El joven baja la cabeza y se queda llorando su cobardía.

¿Desde dónde habrá venido corriendo el joven rico? ¿Por qué tenía tantos deseos de encontrar a Jesús? ¿Qué siente al encontrarlo? ¿Creerá haber llegado a la meta? Quizás sí y al descubrir que el seguimiento implica cada vez más despojo y que cada elección implica renuncia se desilusionó. Se entristeció al descubrir que quería una vida plena pero que no era capaz de luchar por ella.

Jesús lo ama con la mirada y le pide el corazón. Jesús no le pide cumplimientos vacíos ni sacrificios extraordinarios. Jesús tan solo le pide, me pide, corresponder a su amor desde la libertad.

El joven tiene su corazón anclado en sus seguridades, en su riqueza, en su comodidad y a la hora de elegir solo puede ver aquello a lo que renunciaría. No es capaz de poner los ojos en la elección, en la opción que le dará mayor plenitud. Al joven le bastaría confiar para estirar su mano y encontrarse con la de Jesús que lo sostendría en un seguimiento que ha de durar toda una vida pero no lo hace. Llora y Jesús espera.