Jueves 02 de febrero de 2023 – Evangelio según San Lucas 2,22-40

jueves, 26 de enero de
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Cuando llegó el día fijado por la Ley de Moisés para la purificación, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, como está escrito en la Ley: Todo varón primogénito será consagrado al Señor. También debían ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o de pichones de paloma, como ordena la Ley del Señor. Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, que era justo y piadoso, y esperaba el consuelo de Israel. El Espíritu Santo estaba en él y le había revelado que no moriría antes de ver al Mesías del Señor. Conducido por el mismo Espíritu, fue al Templo, y cuando los padres de Jesús llevaron al niño para cumplir con él las prescripciones de la Ley, Simeón lo tomó en sus brazos y alabó a Dios, diciendo: “Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz, como lo has prometido, porque mis ojos han visto la salvación que preparaste delante de todos los pueblos: luz para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel”. Su padre y su madre estaban admirados por lo que oían decir de él. Simeón, después de bendecirlos, dijo a María, la madre: “Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el corazón. Así se manifestarán claramente los pensamientos íntimos de muchos”. Estaba también allí una profetisa llamada Ana, hija de Fanuel, de la familia de Aser, mujer ya entrada en años, que, casada en su juventud, había vivido siete años con su marido. Desde entonces había permanecido viuda, y tenía ochenta y cuatro años. No se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día con ayunos y oraciones. Se presentó en ese mismo momento y se puso a dar gracias a Dios. Y hablaba acerca del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén. Después de cumplir todo lo que ordenaba la Ley del Señor, volvieron a su ciudad de Nazaret, en Galilea. El niño iba creciendo y se fortalecía, lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba con él.

 

Palabra de Dios

Padre Juani Molina

 

 

En este día celebramos también Nuestra Señora de la Candelaria, esta celebración que antes también recibía el nombre de la fiesta de la purificación del Señor la presentación del Señor. Distintos nombres para hablar de la misma realidad y que también celebramos hoy el día de la vida consagrada, así que en primer lugar un saludo y bendiciones para estas comunidades que celebran el día de hoy.

Y esta celebración se acompaña en la liturgia de la palabra con el texto, precisamente de “el rito de la purificación” que, al que es llevado Jesús, siguiendo La Ley de Moisés.

Acá puede surgir la pregunta, ¿cuál es la purificación? ¿Cuál es la necesidad de purificación de Jesús, del Dios hecho hombre? ¿De que se tiene que purificar? ¿Por qué debe ser purificado?

Y en realidad el mejor modo de entender, me parece a mi, esta celebración, este rito, esta acción de Jesús es, la absoluta comunión con la realidad humana.

Jesús “no tiene coronita” (en cierto sentido) Jesús no se “resta” de toda realidad humana. Sino que solidariamente también participa de este rito de purificación. No lo hace por sí mismo, porque no lo necesita! sino que en su purificación, en la celebración de la purificación, se une y purifica a todos.

De algún modo anticipa la gran purificación que va a ocurrir con su muerte y resurrección. De algún modo anticipa lo que va a pasar en el momento culminante de su vida, de su historia, que va a ser de nuestra vida y de nuestra historia.

Nos muestra desde el principio entonces, un modo de vivir, un modo de ser lo divino no lo aleja de lo humano, por el contrario, lo compromete más y más y lo hace profundamente solidario con todo lo humano, ¡Con todos los humanos.

En este día le damos gracias a la virgencita por llevarlo a Jesús, por mostrarle el camino a Jesús para vivir de tal modo. Y le pedimos que también a nosotros nos regale su luz.
¡Que también a nosotros nos muestre el camino!.

De corazón les deseo que Dios los bendiga y que la virgencita los cubra con su manto.