Jueves 02 de Noviembre de 2023 – Evangelio según san Juan 14, 1-6

miércoles, 1 de noviembre de
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Al llegar a Betania, Jesús se encontró con que Lázaro estaba sepultado desde hacía cuatro días. Betania distaba de Jerusalén sólo unos tres kilómetros. Muchos judíos habían ido a consolar a Marta y a María, por la muerte de su hermano. Al enterarse de que Jesús llegaba, Marta salió a su encuentro, mientras María permanecía en la casa. Marta dijo a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Pero yo sé que aun ahora, Dios te concederá todo lo que le pidas».Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará».Marta le respondió: «Sé que resucitará en la resurrección del último día».Jesús le dijo:
«Yo soy la Resurrección y la Vida.El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?»Ella le respondió: «Sí, Señor, creo que Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que debía venir al mundo».

Palabra de Dios

Padre Sebastián Zagari | Sacerdote de la Diócesis de Avellaneda-Lanús

Hoy estamos viviendo el día que la Iglesia dedica anualmente a la conmemoración de los fieles difuntos. Y al hacer memoria de aquellos hermanos nuestros que ya han partido de este mundo, con la luz que nos viene del Evangelio de hoy, sobre todo resuena una palabra: esperanza.

Frente al misterio de la muerte nos sentimos muchas veces como Marta en el evangelio de hoy. Marta está desconsolada. Su hermano Lázaro había muerto. Muchos judíos fueron a consolarla ella y a María, pero ella no tiene consuelo. Marta está derrumbada porque tiene un dolor profundo en el alma ante la partida de Lázaro. Y también se siente de alguna manera decepcionada y se lo expresa a Jesús con mucha sinceridad: “Si hubieras estado acá, mi hermano no habría muerto”. Frente a la realidad de la muerte muchas veces nos sentimos así: con un dolor profundo en el alma, con una gran decepción, con muchas preguntas que quedan sin respuesta… es como una herida que parece que no va a cicatrizar nunca.
Pero desde lo profundo de ese dolor Marta hace un acto de fe. Y le dice: “Yo sé que aun ahora Dios te concederá todo lo que le pidas”. Y Jesús le da esperanza, le habla de esperanza, la llama la esperanza. Le da una certeza: “Tu hermano resucitará”. Y cuando Marta hace un acto de fe en la resurrección del último día, Jesús la invita a dar un paso más. Jesús la invita a reconocer en Él, en su persona, la vida misma. Y esta es nuestra esperanza. Dice Jesús: “Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá. Y todo el que vive y cree en mí no morirá jamás”.

Nosotros, que creemos en Jesús, aún con el dolor profundo que sentimos ante el misterio de la muerte – y Jesús también lo sintió, porque lloró por la muerte de su amigo Lázaro -, aún con ese dolor a cuestas, podemos tener esperanza porque Jesús nos promete vida eterna. La fe nos abre a la promesa de la vida eterna. La fe nos da una certeza, una seguridad, una garantía de que no todo se termina acá, de que no todo queda en el paso por esta tierra, que hay algo más, que hay un cielo que nos espera, que hay un Dios que nos ama y que con su abrazo de amor nos espera del otro lado. No vamos hacia la nada, no vamos hacia el vacío, vamos hacia un encuentro. Y esa es nuestra esperanza.

Y por eso, cuando hoy recordamos a nuestros seres queridos que ya no están acá caminando con nosotros, aunque en el alma haya un dolor por esa ausencia que nos cuesta, la fe nos hace mirar un poco más allá y nos hace pensar y creer en la vida eterna. Y nos hace pedir para ellos justamente eso: esa presencia junto a Jesús en el Cielo, que para nosotros no es una idea, es una realidad, porque es promesa de Jesús y nosotros creemos en la palabra de Jesús.

Hoy es un día para la esperanza. Hoy es un día para que crezca nuestra fe en la vida eterna. Hoy es un día para recordar a nuestros hermanos pero no como que ya no existen más sino que viven en Jesús. Hoy es un día para que también nosotros dejemos crecer en nuestro corazón esta esperanza de ese abrazo de amor para el que estamos hechos y para que toda la vida es un encaminarnos y un prepararnos, el abrazo de amor de Dios en el cual también vamos a poder reencontrarnos con aquellos que amamos. Hoy le pedimos a Jesús que nos haga crecer en esta gran esperanza.