Jueves 09 de Noviembre de 2023 – Evangelio según San Juan 2,13-22

miércoles, 1 de noviembre de
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Se acercaba la Pascua de los judíos. Jesús subió a Jerusalén y encontró en el Templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas y a los cambistas sentados delante de sus mesas.Hizo un látigo de cuerdas y los echó a todos del Templo, junto con sus ovejas y sus bueyes; desparramó las monedas de los cambistas, derribó sus mesas y dijo a los vendedores de palomas: “Saquen esto de aquí y no hagan de la casa de mi Padre una casa de comercio”. Y sus discípulos recordaron las palabras de la Escritura: El celo por tu Casa me consumirá.Entonces los judíos le preguntaron: “¿Qué signo nos das para obrar así?”.Jesús les respondió: “Destruyan este templo y en tres días lo volveré a levantar”.Los judíos le dijeron: “Han sido necesarios cuarenta y seis años para construir este Templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?”.
Pero él se refería al templo de su cuerpo.Por eso, cuando Jesús resucitó, sus discípulos recordaron que él había dicho esto, y creyeron en la Escritura y en la palabra que había pronunciado.

Palabra de Dios

Padre Sebastián Zagari | Sacerdote de la Diócesis de Avellaneda-Lanús

El evangelio de hoy tiene que ver con la fiesta que la iglesia celebra cada 9 de noviembre: la fiesta de la dedicación de la Basílica de San Juan de Letrán. Es una iglesia muy antigua que está en la ciudad de Roma y que es la catedral de Roma, por eso es la catedral del Papa. Y entonces el evangelio nos ayuda a entrar un poquito en cuál es el significado espiritual de esta fiesta, que además la celebramos en todo el mundo porque manifiesta esta comunión en la fe que tenemos con el Sucesor de Pedro, con el Obispo de Roma, que es quien nos confirma en la fe en Jesús.

Y obviamente celebrar la consagración de esta iglesia tan importante, como cuando en cada comunidad celebramos el día en que fue consagrada la propia iglesia, tiene que ver con algo más profundo. Porque toda iglesia, todo edificio sagrado, por más importante, bello y grande que sea, no deja de ser un signo, un signo visible que a nosotros nos ayuda a recordar lo más importante, que es la comunión con Dios, la presencia de Dios en medio de nosotros, en medio de su pueblo. Para nosotros los templos son lugares sagrados, lugares que respetamos, y también lugares importantes que nos ayudan a encontrarnos con Dios, nos ayudan a rezar, nos ayudan a ser comunidad que vibra al ritmo de la oración, pero justamente – como nos muestra Jesús en el evangelio de hoy – son un signo. Y por eso nunca podemos perder de vista lo más importante, lo central, lo esencial que justamente es encontrarnos con Dios y entrar en comunión con Él.

Por eso lo vemos a Jesús con una actitud tan clara, tan fuerte, un poco dura incluso, que reacciona frente a todo el mercado que se había armado en torno al templo de Jerusalén, donde estaban los vendedores de animales, los que cambiaban el dinero para después hacer la ofrenda, se había armado todo un “circo” en torno al templo que podía hacer perder de vista lo esencial. Y por eso Jesús hace un gesto profético, un gesto propio de los profetas, que busca despertar a los que están dormidos, que quiere hacerles abrir los ojos, y que puedan darse cuenta de que no hay que descuidar lo más importante de todo.
Y nosotros también a veces necesitamos este gesto profético de Jesús porque nos puede pasar muchas veces que nos perdamos y nos desgastemos en cosas secundarias y que nos olvidemos de lo más importante que es el encuentro con Dios. Nos puede pasar incluso con cosas de la iglesia, de la comunidad, de la fe, con rituales, con devociones, que son buenos en sí mismos, pero que si no buscamos lo más profundo, que es el encuentro con Dios, terminan siendo una cáscara vacía, sin contenido. Pensemos en lo que dice Jesús: “Saquen esto de acá y no hagan de la Casa de mi Padre una casa de comercio”.

Jesús quiere que nosotros busquemos lo más importante, que busquemos el encuentro con el Padre Dios, el encuentro con su amor, que nuestra vida de fe se alimente de ese encuentro y de ese amor, de esa comunión con Dios. Y para eso – como hizo Jesús ese día – también en nuestra vida a veces hay que saber derribar todo lo que no nos está ayudando a encontrarnos con Dios, o lo que se está convirtiendo en una apariencia pero que en el fondo no esconde nada que sea verdadero.

Por eso Jesús también lo dijo: el signo más importante no es este templo sino otro templo, el templo de su cuerpo, el templo que es Él mismo, su persona, su corazón. Jesús es el lugar del encuentro con Dios. Entonces también nosotros podemos a pedirle a Jesús hoy, en esta fiesta, que nos ayude a buscar lo más importante, a no perder de vista, no descuidar aquello que le da vida a todo lo que somos y a todo lo que hacemos, a buscar siempre aquello que nos renueva interiormente, que es el encuentro profundo y auténtico con Dios. Eso también nos va a hacer crecer en la comunión con todos nuestros hermanos y crecer en la comunión de toda nuestra Iglesia, que es presidida en el amor por el Sucesor de Pedro, por el obispo de Roma, por quien hoy también queremos rezar especialmente.