Jesús dijo a sus discípulos: Cuando oren, no hablen mucho, como hacen los paganos: ellos creen que por mucho hablar serán escuchados. No hagan como ellos, porque el Padre que está en el cielo sabe bien qué es lo que les hace falta, antes de que se lo pidan. Ustedes oren de esta manera: Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre, que venga tu Reino, que se haga tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día. Perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos han ofendido. No nos dejes caer en la tentación, sino líbranos del mal. Si perdonan sus faltas a los demás, el Padre que está en el cielo también los perdonará a ustedes. Pero si no perdonan a los demás, tampoco el Padre los perdonará a ustedes.
Escuchamos a Jesús hablando con sus discípulos y en una relación de intimidad les hace un regalo que nos dura hasta hoy: les enseña a rezar.
En este mes del Sagrado Corazón me gusta pensar que a través de la oración de Jesús también nos regala un acceso a su corazón ¿Qué hay en su corazón? Hay un modo especialisimo de tratar a Dios: lo llama Padre. Jesús con esta oración da la posibilidad de nosotros también llamar a Dios padre. Así, en Jesús, unidos en su corazón, se nos revela un Dios que es Padre. Permitirnos ese trato nos da una familiaridad con Dios. Él ya no es un ser lejano solamente accesible por cierta interpretación de la ley o por la realización de tal o cuál práctica espiritual. Él es Padre. Junto a eso, reconociendo a él como Padre de todos, entre nosotros podemos descubrirnos hermanos.
Te deseo de corazón que al contemplar en este día el Padre nuestro, al rezar en este día el Padre nuestro, Dios te otorgue la gracia de experimentar la familiaridad con Él.
Que Dios te bendiga y la Virgen nos cubra con su manto.