Jueves 17 de Agosto de 2023 – Evangelio según San Mateo 18,21-35.19,1

martes, 15 de agosto de
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Se adelantó Pedro y le dijo: “Señor, ¿cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano las ofensas que me haga? ¿Hasta siete veces?”.Jesús le respondió: “No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.Por eso, el Reino de los Cielos se parece a un rey que quiso arreglar las cuentas con sus servidores.
Comenzada la tarea, le presentaron a uno que debía diez mil talentos.Como no podía pagar, el rey mandó que fuera vendido junto con su mujer, sus hijos y todo lo que tenía, para saldar la deuda.El servidor se arrojó a sus pies, diciéndole: “Señor, dame un plazo y te pagaré todo”.El rey se compadeció, lo dejó ir y, además, le perdonó la deuda.Al salir, este servidor encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, tomándolo del cuello hasta ahogarlo, le dijo: ‘Págame lo que me debes’.El otro se arrojó a sus pies y le suplicó: ‘Dame un plazo y te pagaré la deuda’.Pero él no quiso, sino que lo hizo poner en la cárcel hasta que pagara lo que debía.Los demás servidores, al ver lo que había sucedido, se apenaron mucho y fueron a contarlo a su señor.Este lo mandó llamar y le dijo: ‘¡Miserable! Me suplicaste, y te perdoné la deuda.¿No debías también tú tener compasión de tu compañero, como yo me compadecí de tí?’.E indignado, el rey lo entregó en manos de los verdugos hasta que pagara todo lo que debía.
Lo mismo hará también mi Padre celestial con ustedes, si no perdonan de corazón a sus hermanos”.
Cuando Jesús terminó de decir estas palabras, dejó la Galilea y fue al territorio de Judea, más allá del Jordán.

Palabra de Dios

Padre Sebastian Zagari | Sacerdote de la Diócesis de San Micolás

El evangelio de hoy siempre nos queda resonando en el corazón porque, en el fondo, somos todos un poco como Pedro. Obviamente que no estamos en contra del perdón, pero nos parece que el perdón tendría que tener cierto límite. Estamos dispuestos a perdonar pero “hasta ahí”, hasta cierto punto.
En el fondo eso es lo que esconde la pregunta de Pedro: “Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar a mi hermano? ¿Hasta siete veces?” Pedro quiere poner un límite al perdón y hasta se siente muy generoso en estar dispuesto a perdonar siete veces. Y la respuesta de Jesús no se queda en una cuestión numérica, o en una multiplicación matemática – 70 por 7 -, sino que la respuesta de Jesús quiere decir claramente: siempre. Siempre tenés que perdonar. En toda situación tenés que perdonar. A toda persona tenés que perdonar. Ante toda herida tenés que perdonar.

Porque el único camino realmente sanador, que realmente da vida, es el camino del perdón. El no perdonar, el quedarse con el rencor en el alma, es un camino que enferma: en primer lugar enferma a uno mismo, enferma nuestro corazón y lo torna cada vez más incapaz de amar, y enferma el ambiente que nos rodea. El único camino es el perdón, siempre perdonar. Porque esto nos cuesta un poco – le costaba a Pedro, nos cuesta a nosotros -Jesús lo explica también con esta historia, con esta parábola, de este hombre que debía tanto al rey y que cuando es llamado para pagar la deuda que tenía pide por favor un poco de piedad, un poco de tiempo, para poder pagar todo. Y el rey se compadece y no solamente atiende el pedido de darle un poco de tiempo, sino que en realidad le perdona directamente toda esa deuda incalculable. Pero esta misma persona se encuentra después con alguien que le debía una suma miserable comparada con la deuda que le habían perdonado a él y es incapaz de tener la misma actitud, se vuelve completamente intolerante, completamente egoísta, completamente con un corazón cerrado que no quiere dar el brazo a torcer y que no es capaz de perdonar esa deuda. Jesús pone esto como ejemplo para hablarnos del perdón del Padre celestial y para decirnos que nosotros tenemos que perdonar de corazón a nuestros hermanos.

No hay mucha vuelta que darle: el camino del evangelio, el camino de Jesús, siempre es el perdón. El odio, el rencor, la venganza no tienen nada que ver con el evangelio de Jesús. Cuando nos metemos en esos caminos nos alejamos del Evangelio de Jesús. Pero por eso sería bueno que hoy nos preguntemos: ¿A quién tengo que perdonar de corazón? Que podamos pensar en esa persona, en esa situación, que todavía no terminamos de perdonar, en esa herida que nos quedó ahí en el alma y que, como no hemos perdonado, se va haciendo un rencor que crece, silenciosamente pero que está ahí. ¿A quién tengo que perdonar? ¿A quién tengo que regalarle un perdón gratuito, como el que yo recibo de Dios cada día de mi vida?

Para poder perdonar es bueno que también nos preguntemos antes: ¿Cuánto me perdonó Dios a mí? ¿Cuánta misericordia de Dios yo pude experimentar en mi vida? ¿Cuánto sanó Dios en mi corazón con su amor incondicional, que nunca puso límites, que nunca puso ‘peros’, sino que simplemente se derramó con abundancia sobre mí? ¿Cuánta misericordia de Dios se me regaló gratuitamente? ¿Y yo voy a responder con otra cosa? ¿Y yo voy a tener un corazón cerrado? ¿Y yo me voy a volver un rencoroso, un vengativo, incapaz de regalar ese perdón gratuito que libera el alma, que la hace volver a respirar, que la sana desde adentro?

Regalar a los demás el perdón que nosotros recibimos; compartir con los demás la misericordia gratuita, que es la única que salva: esa es la tarea que hoy nos deja Jesús.