Cuando llegó el tiempo en que Isabel debía ser madre, dio a luz un hijo. Al enterarse sus vecinos y parientes de la gran misericordia con que Dios la había tratado, se alegraban con ella. A los ocho días, se reunieron para circuncidar al niño, y querían llamarlo Zacarías, como su padre; pero la madre dijo: “No, debe llamarse Juan”. Ellos le decían: “No hay nadie en tu familia que lleve ese nombre”. Entonces preguntaron por señas al padre qué nombre quería que le pusieran. Este pidió una pizarra y escribió: “Su nombre es Juan”. Todos quedaron admirados. Y en ese mismo momento, Zacarías recuperó el habla y comenzó a alabar a Dios. Este acontecimiento produjo una gran impresión entre la gente de los alrededores, y se lo comentaba en toda la región montañosa de Judea. Todos los que se enteraron guardaban este recuerdo en su corazón y se decían: “¿Qué llegará a ser este niño?”. Porque la mano del Señor estaba con él.
Queridos hermanos y hermanas, queridos oyentes, queridos amigos de Radio María.
“Concebiras y daras un hijo al que llamaras Jesús”. A dos días de la Noche Buena y de la Navidad, el evangelio de este día nos propone el nacimiento de San Juan, el Bautista. El precursor de Jesús, el último de los profetas.
Que hermoso es, que en el plan de Dios, estaba este hombre providencial, que se decía a sí mismo que no era digno de desatar las correas de las sandalias de aquel a quien él anunciaba y que debía venir, Jesucristo, el Señor.
En este sentido, el sí de la conversión en el desierto, y el sí de dar la vida martirialmente de San Juan Bautista lo podemos comparar con el sí de Jose y María que estaban comprometidos pero que Gabriel les revela que van a ser padres y esto es obra del Espiritu Santo de Dios.
El nacimiento de Juan el Bautista nos lleva a valorar la vida, la vida de este hombre providencial y la vida de quien el anuncia y la vida también de esta pequeña y humilde esclava del Señor, María, que se pone incondicionalmente en las manos de Dios.
Por eso nosotros, también como ella, hoy, mañana, pasado, en estos días fuertes de la Noche Buena y de la Navidad, meditemos en nuestro corazón todo lo que Dios nos inspire, rumiemos a la luz del Espiritu, las maravillas de Dios como María lo hizo con lo que Dios hacia en ella.
A nosotros nos habla el Espiritu a través de todo lo que leemos en el evangelio y de todo lo que se ha escrito en toda la historia de la Iglesia en estos más de 20 siglos de hombres y mujeres que hicieron silencio para escuchar a Dios. Estos días son muy importantes para que abramos el corazón y nos pongamos a la escucha del Padre, porque Dios es la fuente de toda razón y justicia, y felices de nosotros cuando invoquemos con devoción Ven Señor Jesús.
Imaginemonos a la Virgen, a Juan el bautista, a otras mujeres, a los apostoles, a los discípulos, luego, como estuvieron atentos a la misión evangelizadora de Jesús, eso no se improviza.
Pongamonos en estos días en aquello que el Papa Francisco nos dice con tantas fuerzas: “La humildad verdadera es la que Dios nos enseña, la de María, la de José y sobre todo la de Jesús que llega hasta la cruz y esta es la regla de oro para un cristiano, avanzar y rebajarse, no se puede ir por otro camino” y continua el Papa Francisco: “Si yo no me rebajo, si tú no te rebajas, no eres cristiano” y -¿Porque debemos rebajarnos? -R: Para dejar que toda la caridad de Dios venga por este camino, que es el único que Él ha elegido.
Asumamos así, el misterio de Dios que llega al hombre en esta Noche Buena y en esta Navidad y como Juan el bautista cuyo nacimiento fue alegría para todos, nos de a todos la gracia, de poder con nuestra vida anunciar la conversión, el perdón de los pecados y la llegada de un Dios que es amor.
Que el Señor los bendiga y los acompañe.