Jesús se retiró con sus discípulos a la orilla del mar, y lo siguió mucha gente de Galilea. Al enterarse de lo que hacía, también fue a su encuentro una gran multitud de Judea, de Jerusalén, de Idumea, de la Transjordania y de la región de Tiro y Sidón. Entonces mandó a sus discípulos que le prepararan una barca, para que la muchedumbre no lo apretujara. Porque, como curaba a muchos, todos los que padecían algún mal se arrojaban sobre él para tocarlo. Y los espíritus impuros, apenas lo veían, se tiraban a sus pies, gritando: “¡Tú eres el Hijo de Dios!”. Pero Jesús les ordenaba terminantemente que no lo pusieran de manifiesto.
El evangelio de Marcos nos regala esta página en la que vemos cómo Jesús lleva adelante su misión, la multitud lo sigue y hasta los espíritus impuros lo confiesan como Hijo de Dios. Quizás nos pueda parecer raro esto de los “espíritu impuros” sin embargo aparece varias veces en el evangelio. Nosotros no lo tenemos que entender como a veces nos lo vende la industria cultural: diablo, fantasmas, posesiones, rituales, espectros, magia, cuernos, cola y tridente…. nada de eso. Marcos se refiere con esto a todo espíritu contrario a la voluntad salvadora de Dios expresada en Jesús.
El impuro es el que no está en condiciones, el que hace la contra. Esos son los demonios y espíritus impuros, que a demás terminan confesando a Jesús como Hijo bendito de Dios.
Hoy más que nunca tenemos que renovar nuestra fe en los espíritu impuros porque están presentes en nuestra sociedad y en nuestro corazón: odio, separación, violencia, abuso, pobreza, marginación, tentación, poder, manipulación…. entre otros son malos espíritu que viven entre nosotros, espíritu impuros que no nos permiten ver a Jesús como liberador y salvador y no nos deja llenarnos del espíritu de Dios para ser discípulos y misioneros.
Los espíritus impuros siempre van a estar presentes pero no son personas, ni ideologías, ni comunidades, ni ONGs, ni partidos políticos… Los espíritus impuros no habitan afuera del hombre, los tenemos bien adentro de nuestro corazón y contra ellos tenemos que luchar sabiendo que el único campo de batalla es el corazón.
Hoy necesitamos renovar nuestra fe en Jesús para que nos purifique, para que nos salve, sane y libere de todo miedo y violencia, incluso como sociedad, de todo aquello que nos separa de Jesús, nos aleja de nosotros mismos, y nos encierra en nosotros para no dejarnos cuestionar por el otro. Hoy Jesús vuelve a hacer que los espíritus impuros se postren ante Él. Sólo hace falta creer, y eso sí, abrirle la puerta de nuestro corazón.
¡Abrazo grande en el corazón de Jesús!
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