Jesús dijo a sus discípulos: «Les aseguro que no quedará sin recompensa el que les dé de beber un vaso de agua por el hecho de que ustedes pertenecen a Cristo. Si alguien llegara a escandalizar a uno de estos pequeños que tienen fe, sería preferible para él que le ataran al cuello una piedra de moler y lo arrojaran al mar. Si tu mano es para ti ocasión de pecado, córtala, porque más te vale entrar en la Vida manco, que ir con tus dos manos a la Gehena, al fuego inextinguible. Y si tu pie es para ti ocasión de pecado, córtalo, porque más te vale entrar lisiado en la Vida, que ser arrojado con tus dos pies a la Gehena. Y si tu ojo es para ti ocasión de pecado, arráncalo, porque más te vale entrar con un solo ojo en el Reino de Dios, que ser arrojado con tus dos ojos a la Gehena, donde el gusano no muere y el fuego no se apaga. Porque cada uno será salado por el fuego. La sal es una cosa excelente, pero si se vuelve insípida, ¿con qué la volverán a salar? Que haya sal en ustedes mismos y vivan en paz unos con otros».
Hoy el evangelio de Marcos, este Jueves de la séptima semana, dos cosas que me impactan, ni bien lo lei y se los comparto, dice: “Les aseguro que no quedarán sin recompensa ni quien les de beber, un vaso de agua por el hecho de que pertenecen a Cristo”. Fijense que lindo pensar esto. ¿Cuánta gente a nosotros, los cristianos, a los curas, a las religiosas, a cuantos de ustedes laicos, nos hacen favores por ahí. Alguna caridad, alguna amistad ¿Que lindo no? y pensar que el Señor va a recompensar ese gesto, esa actitud, esa caridad, ¿no? ¿Somos conscientes de eso?
Agradecer que el Señor es agradecido con aquellos que, a nosotros, sus discípulos, nos hacen algún favor. Agradecer.
Y cuando les digo “agradecer” pensar nombres, pensar cuanta gente nos hace bien por ahì a nosotros, los discípulos de Jesús. A todos. Dar gracias al Señor por eso, que él es el que recompensa.
Y hacia el final del evangelio dice, la sal es una cosa excelente, preciso, pero si se vuelve insípida ¿con que la volverán a salar? Que haya sal en ustedes mismos y vivan en paz unos con otros ¡Que haya sal en ustedes mismos! ¿Cuál es esa “sal” en nosotros mismos? La palabra. El Evangelio. Jesús mismo en nosotros es sal. Y con eso es con lo que tenemos que salar a los demás, al mundo, a la cultura, a este tiempo. No la dejemos volver insípida. Nos alimentemos cada día Jesús, de su palabra, de su mensaje, de su vida, de Él mismo, y entonces esa sal no se volverá insípida
Que Dios los bendiga. ¡Un abrazo grande, grande para todos!