Jesús dijo a sus discípulos:”Yo he venido a traer fuego sobre la tierra, ¡y cómo desearía que ya estuviera ardiendo!Tengo que recibir un bautismo, ¡y qué angustia siento hasta que esto se cumpla plenamente!¿Piensan ustedes que he venido a traer la paz a la tierra? No, les digo que he venido a traer la división.De ahora en adelante, cinco miembros de una familia estarán divididos, tres contra dos y dos contra tres:el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra”.
Las palabras de Jesús en el evangelio de hoy nos pueden parecer difíciles de entender: ¿cómo que Él vino a traer la división y no la paz? Claro, hay que entenderlo con lo primero que Él dice: “Vine a traer fuego sobre la tierra, ¡y cómo desearía que ya estuviera ardiendo!”.
Ese fuego que Jesús vino a traer es el fuego del Espíritu Santo, el fuego del amor de Dios, que arde en su corazón, y que por eso decididamente lo lleva hacia adelante, decididamente lo lleva a querer hacer la voluntad de Dios, aunque eso implica abrazar la cruz, aunque eso implique afrontar las dificultades y el desafío de los enemigos. Pero Jesús va adelante porque en su corazón arde el fuego del Espíritu Santo y con ese fuego Jesús quiere incendiar el mundo entero. Es el mismo fuego que hizo arder en el corazón de los apóstoles, que al principio les costaba seguirle el ritmo a Jesús, pero que finalmente lo van a lograr. Es el mismo fuego que ardía en el corazón de los discípulos de Emaús que, cuando iban caminando con Jesús, aún sin reconocerlo, sienten que algo ardía en su corazón cuando les hablaba en el camino y les explicaba las escrituras. Es el mismo fuego que ardió en el corazón de los grandes santos, de los mártires que dieron la vida, pero también de los santos “de la puerta de al lado” que cotidianamente se la jugaron por el evangelio. Ese fuego Jesús quiere que arda también en nuestros corazones y así, a través de cada corazón, que pueda arder en el mundo entero.
Por eso desde ahí se entiende lo otro que dice Jesús: “Yo vine a traer la división”. Vine a traer la división en el sentido de que no todo es lo mismo, no todo da igual. A Jesús no le da todo igual: si le hubiera dado todo igual, no hubiera dado la vida en la cruz. Si no hubiera habido nada que moviera su corazón y lo empujara hacia adelante, no hubiera aceptado la pasión. Por eso mismo nosotros, en nuestra realidad, en nuestra vida cotidiana, en los ambientes en los que nos movemos, también estamos llamados a dejar que el fuego del Espíritu haga arder nuestro corazón para que no nos dé todo igual, para que haya algo que nos motive, algo que nos apasione, algo que nos lleve a entregarnos, a entregar el corazón, a gastar la vida por algo que valga la pena. Y cuando algo vale la pena, y me mueve el corazón y la vida, entonces soy capaz también de elegir, y de decir “esto sí y esto no”, y de ir hacia adelante, aún cuando otros no me entiendan, o cuando haya dificultades, o cuando algunos se queden a mitad de camino, pero con la fuerza y el fuego del Espíritu Santo soy capaz de ir hacia adelante, por Jesús.
Me viene a la mente esa poesía tan linda del Padre Arrupe, que fue superior general de los jesuitas – y que el Papa Francisco la ha citado varias veces, sobre todo hablándole a los jóvenes – y que decía: “Sientan que que tienen una misión, enamórense, y eso lo decidirá todo”. En el fondo se trata de eso: un corazón que está ardido en este fuego del que habla Jesús, un corazón que se la juega por el evangelio, es un corazón enamorado, es un corazón que se siente marcado fuego por una misión, la que recibimos todos el día de nuestro bautismo, y que es lo que nos empuja a ir hacia adelante, aun afrontando contradicciones e incomprensiones, pero hay algo que nos mueve interiormente. Ese es el fuego que Jesús quiere encender en nuestro corazón y que, a través de nosotros, quiere que se siga encendiendo en otros corazones hasta que pueda estar ardiendo en el mundo entero. Esa es la misión de la Iglesia, esa es la misión de los discípulos de Jesús: ese fuego del Espíritu Santo, que no es un fuego destructor, sino que es un fuego que da vida, es un fuego que genera nueva vida, nuevo amor, nuevo impulso. Es el fuego del Espíritu Santo que Jesús vino a traer entre nosotros.