Un amigo fiel es un refugio seguro: el que lo encuentra ha encontrado un tesoro.
Un amigo fiel no tiene precio, no hay manera de estimar su valor.
Un amigo fiel es un bálsamo de vida, que encuentran los que temen al Señor. Eclo 6,14-16
La amistad es muy diferente del enamoramiento; porque mientras éste invade el cuerpo entero y lo estremece, a veces nace del capricho y del deseo y llega hasta la pasión, dejando ya de ser amor, la amistad sincera no busca su deleite, sino que su único interés es cultivarse, crecer, demostrar el amigo al amigo.
La amistad a veces une más que la sangre y es más sincera y consciente que el enamoramiento.
Cuando perdemos a nuestra madre creemos hundirnos y necesitamos la luz que nos alumbre el camino. Esa luz muchas veces es la mistad y se expresa en la mano tendida de un amigo.
La mano se caracteriza por el desinterés, la afinidad de espíritu que comprende y perdona; la amistad es benévola y tolerante.
La amistad no sabe de resquemores ni odios.
La amistad se fortalece y rejuvenece con el tiempo.
La amistad brota y estalla en perfumes, como las flores.
La amistad es toda franquea, sin círculos cerrados y egoístas.
La amistad es serenidad constante sin celos ni desconfianzas.
La amistad ilumina mientras que el enamoramiento ciega.
La amistad dignifica: el enamoramiento puede llevar excesos.
La amistad se manifiesta en una serie de sacrificios voluntarios; tiene y da.
La amistad surge del corazón, libera el cuerpo y el espíritu, perdona, admira y agradece.
La amistad puede ser apreciada sólo por quien no se preocupa por ser feliz, sino por hacer feliz al otro.
La amistad genuina no es solamente donación recíproca, sino servicio común.
En la medida en que hayamos amado y ayudado a nuestros hermanos, el Señor nos llamará “amigos” y no “siervos”. La amistad encierra el secreto de la felicidad, que consiste en brindarla más que en esperarla.
Pocas cosas reciben alabanzas en la Biblia como la amistad.
-Alfonso Milagro, Meditando la vida- Editorial Claretiana