La cruz de la vida

lunes, 9 de marzo de
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Entonces Jesús dijo a sus discípulos: “El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a si mismo, que cargue con su cruz y me siga”. Mt 16,24

 

Estaba harto de tanto sufrimiento, Señor; quería sacudirlo de mi como se sacude un bicho molesto, como se despide a un amigo oportuno, a un vendedor que ofrece mercancía con insistencia. Estaba candado de sufrir, aburrido de llevar la cruz.

Pretendiendo olvidarme de ella me fui hacia las cumbres, lejos, muy alto, escapando, huyendo; mientras tanto, pensaba: “ Allí al menos respiraré fuerte, desaparecerá de mi horizonte el fantasma de la cruz y viviré feliz “. Y comencé a subir.

Tú conoces las fatigas que soporté en el ascenso, las veces que estuve tentado de retroceder, de huir ante el esfuerzo; pero el pensamiento de vivir en las cimas, en paz y sin cruz, me mantenía alerta.

Por fin llegué a la cima: y allí- misterio profundo- lo primero que mis ojos encontraron fue UNA CRUZ. Si, una cruz.

Entonces me pregunté: ¿qué debo hacer?

De repente comprendí que ya no rehuiré más tu cruz, porque tú la has plantado en el cruce de mi vida, y sólo en ella encontraré la paz que tanto estoy ansiando y tan desesperádamente voy buscando.

Tú me has enseñado que sin cruz no se puede vivir; pero también me has dicho- y me has convencido- que solamente una vida que, además de llevar la cruz, sabe sobre todo llevar la cruz, es la vida verdaderamente feliz.

Entonces, Señor, ya no te pido que me evites la cruz, sino que me enseñes a llevarla.

 

 

Alfonso Milagro

Meditando la vida- Editorial Claretiana