La humildad, perfume de Dios

martes, 18 de febrero de

Que cada uno se revista de sentimientos de humildad para con los demás. Porque Dios se opone a los orgullosos y de ayuda a los humildes. (1 Pe 5,5)

 

La humildad es el perfume de Dios, porque es la virtud que más le agrada, la fragancia que lo complace, lo desarma y lo acerca al hombre, cuánto más humilde es el hombre, más se parece a Dios, que no pregona sus gracias, sino que obra con sencillez y sin ostentación.

La humildad es el principio y fundamento de todas las demás virtudes humanas y divinas: la humildad es la piedra angular de toda santidad, es la raíz y fuente de los valores espirituales y morales. Las raíces están escondidas, pero se perciben y se gozan sus frutos; así la humildad verdadera no aparece, nunca resalta, los hechos son su mejor testimonio.

Cristo, para realizar la estupenda obra de la redención de la humanidad, escoge por Madre a la más humilde de las doncellas. Fuera de María, nadie se da cuenta de un acontecimiento tan trascendental, ni siquiera San José, su legítimo esposo, excepto una humilde campesina, su parienta Isabel y esto, por inspiración divina.

Y como la auténtica humildad no consiste en que uno se humille, sino en que lo humillen a uno, Cristo al nacer quiso ser humillado, precisamente por los mismos quienes venía a salvar, hasta el grado de nacer entre animales.

La humildad no consiste en ocultar las propias capacidades y virtudes, sino en el reconocer con sinceridad que todo nos ha sido dado de lo alto.

La humildad no tiene que hacernos creer que somos más de lo que somos; pero tampoco debe abatirnos, no dejándonos reconocer lo que Dios ha puesto en nosotros.

Lo primero sería soberbia; lo segundo no dejaría de ser una verdadera ingratitud. Y ser soberbio es tan repugnante como ser ingrato. Ser soberbio es pensar que lo que uno tiene no lo ha recibido, sino que es fruto del propio esfuerzo… Y ser ingrato es no reconocer lo que el Señor ha puesto en nosotros; es una misma posición, pero dese un punto distinto.

La mejor postura de la humildad es la de la humilde Virgen Nazarena: “Señor, Tú y solamente Tú has hecho en mí cosas grandes”.

-Alfonso Milagro- Meditando la vida- (Edit. Claretiana)