La tentación es siempre la misma: creer en un Dios lejano, no reconocer su infinita cercanía. El error es acercarse al Evangelio como si leyéramos una historia que no nos nombra, ni toca nuestro hoy. Creer que la cosa ya pasó o que el Misterio de la dicha y la resurrección acontece en otras vidas pero no en la propia o quizás somos conscientes de que el Misterio también tiene lugar en la nuestra pero a veces al leer la Palabra caemos en la tentación de generalizar la invitación, de alejar el mensaje que quiere encarnarse en nuestro hoy. Lo más difícil y también lo más fecundo es no detener el proceso interior, dejar a la Vida germinar, no darse por desentendido, dejarse interpelar y conmover, dar pasos hacia nuestro mayor bien, crecimiento y libertad interior.
Quizás el mayor desafío sea dejar que Dios nos redima hoy, quizás el mayor regalo sean ojos abiertos para reconocerlo encarnado en nuestra realidad y oídos atentos para escuchar por debajo de nuestro ruido interior la voz del Amor que guía nuestros pasos hacia el Sagrado Corazón de Jesús, que es Vida y es Plenitud.
Fuente de la imagen: Proyecto Diccionario
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