Al entrar en Cafarnaún, se le acercó un centurión, rogándole”:”Señor, mi sirviente está en casa enfermo de parálisis y sufre terriblemente”.Jesús le dijo: “Yo mismo iré a curarlo”.Pero el centurión respondió: “Señor, no soy digno de que entres en mi casa; basta que digas una palabra y mi sirviente se sanará.Porque cuando yo, que no soy más que un oficial subalterno, digo a uno de los soldados que están a mis órdenes: ‘Ve’, él va, y a otro: ‘Ven’, él viene; y cuando digo a mi sirviente: ‘Tienes que hacer esto’, él lo hace”.Al oírlo, Jesús quedó admirado y dijo a los que lo seguían: “Les aseguro que no he encontrado a nadie en Israel que tenga tanta fe.Por eso les digo que muchos vendrán de Oriente y de Occidente, y se sentarán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob, en el Reino de los Cielos”.
Buen comienzo de semana, hemos iniciado el fin de semana que pasó el adviento, un tiempo litúrgico que dispone nuestro corazón a la expectativa de Dios que viene.
El Señor siempre está viniendo nos disponemos a reconocer que eso ocurrio de una mera muy partiuclar cuando vino para quedarse renovando su presencia a cada paso de nuestra vida hasta su segunda venida, la definitiva, la parusia.
La llegada del Señor nos pone contentos y por eso el tiempo del adviento es un tiempo para ensancahar el alma y disponernos a recibir la alegria con la que Dios nos quire recibedolod a cada momento.
Hoy en Mateo 8,5-11 aparece el Centurión pidiendo por la salud su criado. Jesús se dispone a ir pero él lo detiene diciéndole “Señor, no soy digno de que entres en mi casa; basta que digas una palabra y mi sirviente se sanará”.
Que hoy podamos recibir una palabra, la del del Señor, que nos llene de alegría y disponga nuestro corazón, en medio de tantas dificultades, para esperarlo de una manera renovada en ésta navidad.