Al ver a la multitud, Jesús subió a la montaña, se sentó, y sus discípulos se acercaron a él. Entonces tomó la palabra y comenzó a enseñarles, diciendo: “Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos. Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia. Felices los afligidos, porque serán consolados. Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados. Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia. Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios. Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios. Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos. Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí. Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo; de la misma manera persiguieron a los profetas que los precedieron.”
Comenzamos este mes de Noviembre con esta gran, gran solemnidad, esta potente solemnidad en la que la iglesia celebra todos los santos, a todos aquellos hombres y mujeres bautizados y confirmados, laicos, religiosos, sacerdotes que son un estímulo para nuestra vida cristiana que son la certeza de que es posible vivir en este mundo los valores del evangelio.
Por eso en este día ya que, esa gran multitud de bautizados que están junto a Dios nos acompañen, intercedan por nosotros para ser testigos, para ser presencia de este reino de Dios que va creciendo también poco a poco en el corazón de la historia.