Los discípulos le dijeron a Jesús: “Por fin hablas claro y sin parábolas. Ahora conocemos que tú lo sabes todo y no hace falta hacerte preguntas. Por eso creemos que tú has salido de Dios”. Jesús les respondió: “¿Ahora creen? Se acerca la hora, y ya ha llegado, en que ustedes se dispersarán cada uno por su lado, y me dejarán solo. Pero no, no estoy solo, porque el Padre está conmigo. Les digo esto para que encuentren la paz en mí. En el mundo tendrán que sufrir; pero tengan valor: yo he vencido al mundo”.
Las dificultades del mundo, los desafíos del mundo, también acompañaron la vida de los discípulos.
Nuestra vida se juega en esa tensión en la que hoy el evangelio nos presenta, la tensión de creer, la tensión de poner nuestra confianza en Dios pero también la atención muchas veces:
– De la fragilidad humana – De la debilidad del hombre. – De la fragilidad de la condición humana.
Que queda reflejada justamente en ese versículo, aquellos que creían ¡lo dejaron solo!, se dispersaron.
Se acerca la hora y ya ha llegado, en que ustedes, se dispersarán, cada uno por su lado y me dejarán solo, dice el Señor. Es la tensión en la que vamos caminando en nuestra vida, la tensión de la fragilidad que muchas veces nos hace hacer el mal que no queremos, como lo va a decir San Pablo, y no el bien que queremos Y por otro lado, esa otra punta de la tensión que es, nuestra fe, nuestra confianza en Dios.
El desafío es vencer justamente como va a terminar diciendo Jesús en el evangelio. Yo he vencido al mundo así va a terminar el evangelio de hoy. Nuestra victoria en esa tensión permanente es la victoria de Cristo sobre el mal, sobre aquello que nos deshumaniza, sobre el pecado, sobre la muerte.
Por eso, más allá de la fragilidad humana, más allá de nuestra condición frágil, te invitó en esta mañana y en este tiempo a que descubramos una vez más la grandeza de la victoria de Cristo sobre el mal, sobre el pecado que también se hace presente esa victoria en nuestra vida.
Podcast: Reproducir en una nueva ventana | Descargar