Lunes 19 de Abril del 2021 – Evangelio según San Juan 6,22-29

viernes, 16 de abril de
image_pdfimage_print

Después de que Jesús alimentó a unos cinco mil hombres, sus discípulos lo vieron caminando sobre el agua. Al día siguiente, la multitud que se había quedado en la otra orilla vio que Jesús no había subido con sus discípulos en la única barca que había allí, sino que ellos habían partido solos.

Mientras tanto, unas barcas de Tiberíades atracaron cerca del lugar donde habían comido el pan, después que el Señor pronunció la acción de gracias. Cuando la multitud se dio cuenta de que Jesús y sus discípulos no estaban allí, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús.

Al encontrarlo en la otra orilla, le preguntaron: “Maestro, ¿cuándo llegaste?”.

Jesús les respondió: “Les aseguro que ustedes me buscan, no porque vieron signos, sino porque han comido pan hasta saciarse. Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre; porque es él a quien Dios, el Padre, marcó con su sello”.

Ellos le preguntaron: “¿Qué debemos hacer para realizar las obras de Dios?”.

Jesús les respondió: “La obra de Dios es que ustedes crean en aquel que él ha enviado”.

 

Palabra de Dios

Padre Gustavo Ballario sacerdote de la Diócesis de San Francisco

 

Jesús ha dado de comer a la multitud. Sin embargo no ha logrado hacer que comprendieran el signo. Su gesto había sido malinterpretado: había propuesto compartir y ellos habían entendido una cómoda multiplicación del alimento. La multitud no entendió todavía que el milagro no sucede con lo que cae del cielo sino con lo que hay en la tierra.

Para reflexionar sobre la forma de hacer comprender a la multitud el gesto del pan, Jesús se retira a la montaña (cf. Jn 6,15), pero al día siguiente todos se ponen de camino siguiendo sus pasos y alcanzándolo en Cafarnaúm, le preguntan: “Maestro, ¿cuándo llegaste aquí?” (vv. 24-25).

Jesús no responde a la pregunta que le ha sido puesta, sino a la verdadera, la que todos hubieran querido preguntarle: “¿Va a repetir hoy el milagro? ¿Nos asegurarás el pan para siempre?” y va derecho al núcleo del problema: “Les aseguro que no me buscan por las señales que han visto sino porque se han hartado de pan. Trabajen no por un alimento que perece sino por un alimente que dura y da vida eterna” (vv. 26-27).

Se ha dado cuenta que lo buscan no porque tengan hambre de su palabra, porque quieran profundizar su mensaje y ser ayudados a comprender el gesto que ha cumplido; esperan solamente continuar teniendo pan en abundancia, gratuitamente, sin trabajar.

Jesús comienza por disipar la confusión que se ha creado. No ha venido a transformar, con la varita mágica, las piedras en pan, sino para enseñar que el amor y el compartir producen pan en abundancia.

En la incomprensión de la gente de Cafarnaúm, el evangelista intenta que todo cristiano, leyendo entre líneas, descubra su propia incomprensión. Se dirige, pues, al creyente y le invita a preguntarse por qué motivo busca al Señor, por qué reza y recurre a él, por qué es un cristiano practicante. Muchos, como los que han sido testigos del milagro de los panes, deberían admitir que les mueve la secreta esperanza de obtener de Jesús el alimento que perece: gracias especiales, milagros, salud, éxito, bienestar, protección contra las desventuras. La proliferación en ciertos sectores de la Iglesia de prácticas afines a la magia para conseguir curaciones y asegurarse el favor del Señor, prueba que el malentendido sobre el pan que Jesús ofrece es siempre actual. Como el hombre necesita el pan para vivir puede correr el riesgo de vivir solo para el pan. A veces llegamos a constatar que en algunos ambientes cristianos se reduce la fe poniéndola solo al servicio de un favor inmediato.

¿Cuál es entonces la comida “que dura para la vida eterna”?

El simbolismo de los cinco panes y los dos peces resulta inmediatamente claro para quienes conocen el lenguaje bíblico y recuerda las palabras de Moisés: “El hombre no vive sólo de pan, sino de todo lo que sale de la boca de Dios” (Dt 8,3) y la invitación dirigida por la Sabiduría de Dios a los desviados: “Vengan a comer mi pan” (Pro 9,5); “¿Por qué gastan dinero en lo que no alimenta y el salario en lo que no deja satisfecho?” (Is 55,1). He aquí el pan del Señor: su palabra, su enseñanza; pan de la vida son los cinco libros del Pentateuco, la Torá.

Jesús quiere hace comprender este simbolismo a sus oyentes quienes, por el contrario, se obstinan en pensar solamente en el alimento material.

¿Cómo se alimenta uno de este pan? ¿Qué debemos hacer? –piden a Jesús las multitudes de Cafarnaúm. No muchas obras, sino una sola: creer en aquel a quien el Padre ha enviado. No se requiere otra cosa.

En el evangelio de Juan no se encuentra nunca la palabra fe, tan querida por Pablo.Se utiliza siempre el verbo creer que indica el acto vital de quien confía, sin condiciones, en la palabra de Jesús, de quien acoge su evangelio y lo asimila como ocurre con el alimento.

No es suficiente estar convencidos de que Jesús ha existido, de que fue un gran personaje, que ha predicado el amor y dictado normas sabias de vida. También los ateos están convencidos de todo esto. Cuando la esposa declara creer en el propio esposo, intenta decir que fía ciegamente de él, que comparte sus opciones, que está dispuesta a jugarse la vida con él, segura de que con ningún otro podría ser feliz.

Jesús pide esta confianza incondicional.

El único pan que satisface la necesidad de felicidad es la palabra de Cristo. Su Evangelio, y no el maná del desierto, es el pan que ha bajado del cielo, pero para que pueda comunicar la vida no debe ser solamente un texto para ser leído y evaluado fríamente, como se hace con los dichos de los sabios del pasado, sino para asimilarlo como el pan que se convierte en vida de quien lo come.

Estas afirmaciones de Jesús no se refieren todavía a la Eucaristía. El pan es Él mismo en cuanto palabra de Dios.

Y vos,¿te alimentas todos los días con el Pan de la Palabra de Vida?. ¡Hasta la próxima!