Jesús dijo a la gente: “No se enciende una lámpara para cubrirla con un recipiente o para ponerla debajo de la cama, sino que se la coloca sobre un candelero, para que los que entren vean la luz. Porque no hay nada oculto que no se descubra algún día, ni nada secreto que no deba ser conocido y divulgado. Presten atención y oigan bien, porque al que tiene, se le dará, pero al que no tiene, se le quitará hasta lo que cree tener”.
Jesús dijo a sus discípulos, dice el evangelio de hoy, no se enciende una lámpara para cubrirla con un recipiente o para ponerla debajo de la cama, sino que se la coloca sobre un candelero para que los que entren vean la luz.
El ejemplo que pone Jesús es bastante claro, muy claro ¿no? y estamos habituados a “esto”, nuestra lampara, nuestro velador, nuestras luces están siempre en lo alto para que vean mejor y cuando me encuentro con una dificultad de una luz muy baja seguramente la voy acomodar para “ver mejor”
Por el bautismo, nosotros también somos luz. Jesús, su luz, habita en nosotros y estamos para iluminar
Es cierto que a veces, yo “como lámpara”: me quedo atrás, o me escondo y no ilumino bien. Pero que bueno reflexionar.
Soy un hijo de Dios, soy un bautizado, soy discípulo de Jesús. El Señor, por su resurrección y por su habitación en mí, me ha hecho luz para los demás. ¿Ilumino? estar siempre pensando eso, ¿doy luz a los demás? ¿O cuando tengo que iluminar la escondo, la tapó y cierro mi corazón.
Entonces mi corazón, que es la luz de Jesús, no llega a las demás.
Que bueno hoy reflexionar sobre eso. ¿Cuánta luz soy para los demás? Sabiendo que cuando yo estoy presente en lugar, soy esa luz de Jesucristo que quiere seguir iluminando el mundo.