Después que se sació la multitud, Jesús obligó a los discípulos que subieran a la barca y pasaran antes que él a la otra orilla, mientras él despedía a la multitud. Después, subió a la montaña para orar a solas. Y al atardecer, todavía estaba allí, solo. La barca ya estaba muy lejos de la costa, sacudida por las olas, porque tenían viento en contra. A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el mar. Los discípulos, al verlo caminar sobre el mar, se asustaron. “Es un fantasma”, dijeron, y llenos de temor se pusieron a gritar. Pero Jesús les dijo: “Tranquilícense, soy yo; no teman”. Entonces Pedro le respondió: “Señor, si eres tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua”. “Ven”, le dijo Jesús. Y Pedro, bajando de la barca, comenzó a caminar sobre el agua en dirección a él. Pero, al ver la violencia del viento, tuvo miedo, y como empezaba a hundirse, gritó: “Señor, sálvame”. En seguida, Jesús le tendió la mano y lo sostuvo, mientras le decía: “Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?”. En cuanto subieron a la barca, el viento se calmó. Los que estaban en ella se postraron ante él, diciendo: “Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios”. Al llegar a la otra orilla, fueron a Genesaret. Cuando la gente del lugar lo reconoció, difundió la noticia por los alrededores, y le llevaban a todos los enfermos, rogándole que los dejara tocar tan sólo los flecos de su manto, y todos los que lo tocaron quedaron curados.
En realidad no se trata de un relato de prodigio sino de una página de teología narrada a través de imágenes bíblicas. Algunas de estas imágenes nos son familiares. La oscuridad de la noche, se encuentra, con toda su carga de significados negativos, en muchos pasajes del Antiguo Testamento. Recordemos, por ejemplo, la oración del salmista quien, en la noche de su dolor, grita al Señor sin encontrar reposo (cf. Sal 23,2).
Son estas tinieblas con las que los discípulos deben enfrentarse.
La referencia al atardecer (v.13) en el lenguaje simbólico del evangelista quiere decir la conclusión de la jornada de Jesús, el fin de su vida; es el momento en el que “sube al monte solo”, se aleja de la muchedumbre y entra definitivamente en el mundo de Dios. He aquí por qué los discípulos se encuentran en la oscuridad. Las sombras, son la imagen de la desorientación, de la duda que asalta hasta al creyente más convencido. En ciertos momentos, todos, incluso los que tienen una fe sólida, atravesamos la angustiosa experiencia del silencio de Dios y surge, entonces, la duda sobre el sentido de tantos sacrificios, decisiones, compromisos, certezas.
Después está la referencia al viento en contra. Los israelitas han experimentado el “fuerte viento del desierto” que enviste y derrumba las casas (Job 1,19); conocen el viento de oriente que “desarbola a los navíos” (Sal 48,8).
Las aguas eran en el Antiguo Testamento la imagen de las fuerzas que llevan a la muerte. El salmista, afectado por una enfermedad que lo está conduciendo a la tumba, grita al Señor: “Extiende tu mano desde lo alto para salvarme de las aguas profundas” (Sal 144,7);
Las aguas han atemorizado siempre a los israelitas. Solo el Señor, decían, no teme a los aguaceros ni a las borrascas. Él es quien con su palabra ha separado las aguas “que estaban encima del firmamento de las que estaban debajo de él (Gén 1,7), el único capaz calmar la violencia de las olas (cf. Sal 107, 25-30) y caminar “sobre las olas del mar” (Job 9,8).
Si se tiene en cuenta este simbolismo, se comprende el pavor de los discípulos: temen ser arrastrados por las fuerzas del mal y de la muerte, se mueven en la oscuridad y no ven al Maestro junto a ellos. Una situación dramática e inevitable que deben afrontar. La barca estaba siendo agitada por las olas. Hacia el final de la noche, aparece Jesús caminando sobre las olas como Dios solo sabe hacer (cf. Job 9,8). Mateo está describiendo con lenguaje bíblico, la situación de las comunidades cristianas de su tiempo. “Atormentadas” por tantas pruebas, angustiadas por las dudas y desorientadas, sobre todo, al no contar con la presencia visible del Maestro que les habría infundido seguridad y coraje.
El evangelista quiere animarlos, recordándoles que Jesús estará siempre con sus discípulos, todos los días, hasta el fin del mundo, como ha prometido (cf. Mt 28,20). Está presente de manera diversa, como un fantasma.
La segunda parte del pasaje (vv. 28-33) contiene el diálogo entre Jesús y Pedro. Se inicia con la petición del apóstol: “Señor, si eres tú, manda que yo vaya a ti caminando sobre el agua (vv. 28-33). Su significado aparece claro dentro del contexto simbólico de todo el relato. Pedro, el primero de los discípulos, contempla al Maestro, el Resucitado quien, habiendo atravesado las aguas de la muerte y caminando ahora sobre el mar, está en el mundo de Dios.
Pedro sabe que ha sido llamado a seguirlo en el don de la vida, pero la muerte le espanta, teme no ser capaz y su fe se viene abajo; cuando comienza a dudar de la decisión tomada, comienza a hundirse, temer ser tragado por el mar, perder la vida. Es la descripción de nuestra condición. “Ven hacia mí” repite hoy el Resucitado a cada discípulo. No teman perder la vida; si dudas, la muerte te producirá miedo, si por el contrario te fías de mi palabra, las aguas de la muerte no te amedrentarán, las atravesarás y te reunirás conmigo en la resurrección.
Y vos, que también estás en la barca como los discípulos, ¿extendés tu mano a Jesús para que te sostenga? ¡Hasta la próxima!