Cuando Jesús llegó a Nazaret, dijo a la multitud en la sinagoga: “Les aseguro que ningún profeta es bien recibido en su tierra. Yo les aseguro que había muchas viudas en Israel en el tiempo de Elías, cuando durante tres años y seis meses no hubo lluvia del cielo y el hambre azotó a todo el país. Sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda de Sarepta, en el país de Sidón. También había muchos leprosos en Israel, en el tiempo del profeta Eliseo, pero ninguno de ellos fue curado, sino Naamán, el sirio”. Al oír estas palabras, todos los que estaban en la sinagoga se enfurecieron y, levantándose, lo empujaron fuera de la ciudad, hasta un lugar escarpado de la colina sobre la que se levantaba la ciudad, con intención de despeñarlo. Pero Jesús, pasando en medio de ellos, continuó su camino.
En el evangelio de hoy vemos como Jesús le recrimina a los vecinos de su época, la falta de fe, la incredulidad y usa dos ejemplos: uno el del profeta Elías que fue bien recibido por una viuda extranjera, y no por un judío. Y Elíseo que pudo curar a un leproso, que no era judío, ya que este demostró más fe que los mismos judíos.
En definitiva, Jesús nos viene a decir, también a nosotros, que muchas veces creemos que Dios se manifiesta de maneras extraordinarias, esto es de formas llamativas, luminosas, extraordinarias. Y Jesús se manifiesta en lo más simple y pequeño, inclusive en más personas que podemos tener al lados, vos y yo, en quienes también Dios nos habla, nos muestra Su rostro, se hace presencia y cercanía, se hace gesto concreto.
Que en este tiempo de cuaresma podamos afinar la mirada. Pidamoslé a Dios la gracia de la fe para poder encontrar a Su hijo, Jesús en lo cotidiano, en lo siempre, en los que nos rodean, en lo pequeño, en las cosas de cada día.
Se lo pedimos a Jesús en este día, a la Luz del evangelio, para que nos ayude a encontrarlo a lo largo de toda la jornada, en lo pequeño y en todos los que nos rodean.