Lunes 22 de Julio del 2019 – Evangelio según San Juan 20,11-18

viernes, 19 de julio de
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En aquel tiempo, fuera, junto al sepulcro, estaba María, llorando. Mientras lloraba, se asomó al sepulcro y vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados, uno a la cabecera y otro a los pies, donde había estado el cuerpo de Jesús. Ellos le preguntan: «Mujer, ¿por qué lloras?»

Ella les contesta: «Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto.» Dicho esto, da media vuelta y ve a Jesús, de pie, pero no sabía que era Jesús. Jesús le dice: «Mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas?»
Ella, tomándolo por el jardinero, le contesta: «Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré.»

Jesús le dice: «¡María!» Ella se vuelve y le dice: «¡Rabboni!», que significa: «¡Maestro!» Jesús le dice: «Suéltame, que todavía no he subido al Padre. Anda, ve a mis hermanos y diles: “Subo al Padre mío y Padre de ustedes, al Dios mío y Dios de ustedes.”»

María Magdalena fue y anunció a los discípulos: «He visto al Señor y ha dicho esto.»

 

Palabra de Dios

 


P. Héctor Lordi monje del Monasterio de Los Toldos de San Benito

 

Recordamos hoy a María Magdalena. Ella es una mujer con mucha sensibilidad. Había sido pecadora, pero se convirtió, creyó en Jesús y lo amó profundamente. Había estado firme al pie de la cruz. Ahora está llorando junto al sepulcro. Creía que ahí estaba el cadáver de Jesús. Busca un cuerpo muerto. Todavía no creía en la resurrección. Cuando no encontró su cuerpo piensa que lo habían robado. Muchas veces nos quedamos encarcelados en un pasado, enredados en los recuerdos. Y la vida es movimiento, sigue para adelante. Todo lo nuevo está adelante, esto nos abre a una esperanza. No nos podemos aferra a un pasado que ya fue, no podemos embalsamar la historia. Eso sería no avanzar. Y la vida fluye, es como el río, tiene dinamismo, y corre hacia el mar. No podemos parar un río. Como la Magdalena debemos hacer un giro, dar la espalda a la tumba donde estaba la muerte y mirar hacia adelante, donde está la vida. Adelante está lo nuevo. Renunciar a un pasado y abrirnos a la novedad que nos ofrece Jesús. No podemos más buscar entre los muertos al que está vivo.

Jesús resucitado se va apareciendo. Pero todos lo confunden. No es fácil reconocerlo resucitado. Para los peregrinos de Emaús es un caminante. Para otros es un fantasma. Para María Magdalena es el jardinero. Jesús Resucitado ya no es como antes. Está en otra dimensión como resucitado. Es una existencia nueva. Y se muestra a quien quiere y cuando quiere. Y siempre a los que lo encuentran, les produce mucha alegría.

Magdalena lo reconoce cuando Jesús pronuncia su nombre. Jesús la llama: María. Esta es la experiencia personal de la fe. El Buen Pastor conoce a sus ovejitas una a una, ya lo había dicho Jesús. El encuentro personal con Jesús nos cambia la vida.

Magdalena recibe una misión. Debe anunciar a Cristo resucitado. No se puede retener a Jesús egoístamente para uno como ella quería. Jesús es para todos. Hay que anunciarlo. Es nuestra misión. Ella fue luego del encuentro una gran misionera trasmitiendo al Resucitado a los demás. Tenemos que dejarnos encontrar por el resucitado. En una experiencia personal. Siempre el resucitado nos llena de alegría y de fuerza. El nos cambió la vida, nos transformó, ahora hay que comunicarlo a los demás. Debemos ser testigos de Cristo resucitado.

Jesús nos miró a los ojos y pronunció nuestro nombre como hizo con Magdalena. Es un encuentro transformante. Ahora somos enviados a anunciar la buena noticia. Y esto tiene que ser desde una experiencia personal con Jesús. Nos encontramos con Jesús, nuestro amigo y confidente que nos llama por nuestro nombre, y desde esa experiencia lo trasmitimos a los demás. Que Dios a todos nos bendiga, nos dé un corazón nuevo y ardiente, como le dio a Magdalena, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, amén.