Entonces les dijo: “Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación.” El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará. Y estos prodigios acompañarán a los que crean: arrojarán a los demonios en mi Nombre y hablarán nuevas lenguas; podrán tomar a las serpientes con sus manos, y si beben un veneno mortal no les hará ningún daño; impondrán las manos sobre los enfermos y los curarán”.
En la segunda parte del pasaje (vv. 17-18). Marcos enumera cinco señales a través de las cuales el Resucitado manifiesta su presencia: “A los creyentes acompañarán estas imágenes: en mi nombre expulsarán demonios, hablarán lenguas nuevas, agarrarán serpientes; si beben algún veneno, no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y sanarán”.
La impresión más inmediata es que se trate de prodigios muy especiales, incluso extraños, difíciles de constatar por lo poco frecuentes, en caso que existieran.
Jesús siempre se ha opuesto resueltamente a la petición de prodigios demostrativos (cf. Lc 11,29-32) y, sin embargo, a finales del siglo II d.C., la concepción apologética del milagro ha terminado por imponerse y también nosotros la hemos heredado. Si no estamos atentos, corremos el riesgo de malinterpretar el significado de las palabras del Resucitado.
Es cierto que la predicación del evangelio va acompañada de signos, incluso extraordinarios, pero éstos no constituyen pruebas; son un anuncio, un alegre mensaje: proclaman que la salvación está presente y que, a pesar de todas las oposiciones, el reino de Dios alcanzará su plenitud. Los apóstoles los han realizado, no para competir con magos y adivinos, sino para dar testimonio de que el Resucitado sigue actuando en el mundo.
Los signos extraordinarios enumerados por el evangelista Marcos, deben ser leídos e interpretados a la luz del simbolismo bíblico.
Los demonios son todas las fuerzas de muerte que se encuentran en el hombre y que le llevan a tomar decisiones opuestas al Evangelio: el orgullo, el ansia de dinero, el odio, los impulsos egoístas. Estos demonios no son vencidos recurriendo a ritos de exorcismo, sino por el poder de la palabra de Cristo y del Espíritu que nos ha dado. Es la proclamación del evangelio la que los aleja; es la Eucaristía y los demás sacramentos que comunican la fuerza divina que permite resistir a sus ataques.
Las lenguas nuevas se refieren a un fenómeno de éxtasis, muy común en la iglesia primitiva. De forma diferente, el prodigio debe repetirse en nuestras comunidades cristianas: la humanidad necesita un lenguaje completamente nuevo; el lenguaje del insulto, de la prepotencia, de la violencia se ha escuchado demasiadas veces en nuestra sociedad; hoy el mundo quiere oír el lenguaje del amor, del perdón, del servicio gratuito e incondicional, y los discípulos de Cristo deben saber hablar este lenguaje.
Las serpientes y los venenos se mencionan a menudo en la Biblia como símbolos de los enemigos del hombre y de la vida. No es fácil identificarlos de inmediato, ya que con frecuencia se presentan de manera astuta y furtiva. El justo es invitado a no temer sus insidias (cf. Sal 91,13) y los discípulos no deben tener miedo, pues la fuerza que han recibido de Cristo, de hecho, los hace invulnerables: “Miren , les he dado poder para pisotear serpientes y escorpiones y para vencer toda la fuerza del enemigo y nada los dañará” (Lc 10,19).
Las curaciones son una señal frecuentemente ofrecida por Jesús. Si la palabra del evangelio realiza recuperaciones inexplicables y prodigiosas en favor de la vida, resultará evidente a todos que la comunidad cristiana es portadora de una fuerza divina capaz de recrear el mundo.
Te invito a mantener vivo el propósito de continuar realizando, con Jesús y como Jesús, los signos del mundo nuevo.
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