Un sábado, Jesús enseñaba en una sinagoga. Había allí una mujer poseída de un espíritu, que la tenía enferma desde hacía dieciocho años. Estaba completamente encorvada y no podía enderezarse de ninguna manera.
Jesús, al verla, la llamó y le dijo: “Mujer, estás curada de tu enfermedad”, y le impuso las manos. Ella se enderezó en seguida y glorificaba a Dios.
Pero el jefe de la sinagoga, indignado porque Jesús había curado en sábado, dijo a la multitud: “Los días de trabajo son seis; vengan durante esos días para hacerse curar, y no el sábado”.
El Señor le respondió: “¡Hipócritas! Cualquiera de ustedes, aunque sea sábado, ¿no desata del pesebre a su buey o a su asno para llevarlo a beber? Y esta hija de Abraham, a la que Satanás tuvo aprisionada durante dieciocho años, ¿no podía ser librada de sus cadenas el día sábado?”.
Al oír estas palabras, todos sus adversarios se llenaron de confusión, pero la multitud se alegraba de las maravillas que él hacía.
Al escuchar este evangelio nos podemos poner a pensar, qué poca sensibilidad tenían aquellos testigos del milagro de Jesús, curando una mujer que estaba encorvada durante 18 años y que lo único que tengan para decir es, que: “si han de curarse, que vengan otro día y no el día que no les está permitido hacer”: ¡que venga en cualquier otro día que no sea el Sábado! según las costumbres de Israel. Y que se enojen tanto con Jesús por aquella mujer que pide la curación. ¡Que poca compasión!.
Pero en realidad, este evangelio nos puede llevar también a pensar en muchos de los otros pasajes del evangelio, en dónde se nos quiere decir mucho más de lo que, a simple vista podemos observar: ¿Cuántas veces Jesús curando a un ciego nos ha hecho replantear “nuestras cegueras espirituales”? ¿Cuántas veces Jesús curando un paralítico, nos hizo ver que el pecado no nos deja avanzar? Que muchas veces somos nosotros, los que estamos paralizados, por el mal. Y este evangelio nos tiene que hacer despertar esta curiosidad, de que, aquella espalda encorvada, quizás simboliza el agobio de una persona que siente la vida como un gran peso, o una carga. Que, el peso de la vida, nos hace doler tanto que, nos parece casi “imposible mantenernos erguidos”.
Y esto es muy importante, porque en el mundo en el que vivimos, hay personas que viven permanentemente vueltas hacia sí mismos, “ensimismados” como se suele decir, “mirándose el ombligo todo el tiempo”. Con el miedo al futuro. Con el miedo al fracaso. Con el miedo a lo que vendrá. No dispuestos a dar ningún paso hacia adelante, porque tenemos miedos a la carga y miedos a los cargos.
Es para pensar, evangelios como este, sobretodo porque el Señor, quiere que veamos, si quienes caminamos erguidos, nuestro espíritu, camina de la misma forma. Quienes tenemos la posibilidad de andar sin ningún tipo de “curvaturas”, o sin ningún tipo de dificultades, en apariencias al menos, realmente nuestro espíritu camina de la misma forma, o si en realidad, nosotros también vivimos: el peso de nuestra existencia, el peso del agobio, el cansancio.
Recordemos también, podríamos traer aquella frase del evangelio: “vengan a mí los que están afligidos y agobiados y yo los aliviaré, carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí porque soy paciente y humilde de corazón”. ¿Cuántas veces Jesús se nos ofreció ser “él mismo” nuestro alivio ? Vamos a pedirle al Señor que nos ayude a mirar y a mirar con confianza, en el futuro. Que no nos dejemos vencer ni desalentar por este mundo que tantas veces pesa sobre las espalda pero como cristianos sabemos que estamos llamados a imitar a Cristo y cargando inclusive esa cruz, que tantas veces se nos hace pesada sobre nuestras espaldas: ¡La plena certeza de saber lo que está al final de nuestra vida, es lo que nos hace cargar el peso todos los días!
Esa hermosa frase de la teología de la cruz. Creer en el resucitado, o creer en la resurrección, o creer en la vida eterna, es caminar HOY con el crucificado. Que la esperanza de la vida eterna, que lo que tenemos por delante y lo que nos espera, sea también lo que nos ayude a cargar nuestra cruz de cada día, para que entonces no nos dejemos vencer por el agobio, sino que encontremos FUERZAS en la cruz del Señor para seguir siempre adelante de su mano.
Podcast: Reproducir en una nueva ventana | Descargar