Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien él amaba, Jesús le dijo: “Mujer, aquí tienes a tu hijo”. Luego dijo al discípulo: “Aquí tienes a tu madre”. Y desde aquel momento, el discípulo la recibió en su casa.
Hoy celebramos la memoria de María, Madre de la Iglesia. Es como si la fiesta de Pentecostés, en la que vos te reconocías miembro de la Iglesia, miembro del Cuerpo de Cristo, se extendiera un poco más. No podemos hablar de la Iglesia sin María, no podemos entendernos como católicos sin hablar de nuestra madre, no podemos hablar de María sin la Iglesia. Celebramos que no estamos solos, que somos hijos, que la tenemos a María como madre y a la Iglesia también. Ambas nos dan a Jesús, ambas nos conducen en y con y al Espíritu Santo.
En el Evangelio que compartimos hoy vemos el episodio de Jesús en la cruz y María al pie de la cruz. En el discípulo Amado estamos vos y yo, por eso ese discípulo amado no aparece con nombre, vos sos ese discípulo amado. Y Jesús te regala lo más preciado que tiene, te dice así: “hijo, ahí tienes a tu madre”. Desde aquella hora, dice la palabra, el discípulo la recibió en su casa. Nosotros ya la tenemos incorporada, no hace falta hacer mucho esfuerzo para imaginarnos y sentir a María como nuestra madre. Si hay algo que tenemos en claro es que María siempre está. Sin embargo, como Juan, queremos llevarla a nuestra casa, queremos hacerla entrar, queremos sentirla verdaderamente así, como nuestra madre. Y, perdoname que te lo repita tanto, pero es que a Jesús por María. Ella nos cobija, nos recibe con su cariño, con su amor, con su consuelo, con su cercanía, con su ternura. Y, gracias a Dios, también nos hace sentir que no estamos solos, que tenemos hermanos, que somos hermanos vos y yo en y por la iglesia.
La iglesia ubica esta celebración después de Pentecostés como reconociendo que, así como Jesús nació del Espíritu Santo en la Anunciación y en Belén, así la iglesia y cada uno de nosotros nace por el Espíritu en Pentecostés. La Virgen, además de engendrarnos en el espíritu como un día lo engendró a Jesús, intercede continuamente por vos y por mí y lo hace como una madre que le pide algo a su hijo. Acordate de las bodas de Caná, por eso ella nos muestra el camino: “hagan lo que Él les diga” y nos concede la gracia como intercesora para que nosotros podamos ser verdaderamente discípulos. Es interesante esto, ¿no? Porque no se puede separar a María de la Iglesia, así como no se lo puede separar a Jesús de la iglesia. Sin María nos falta algo, por eso tenemos que dar razones de nuestra fe y defenderla cuando la atacan. Pero es cierto que nuestra mejor manera de defensa es vivir a María en nosotros y en la iglesia y compartir a Jesús con nuestro testimonio. Por eso la encontramos a ella al pie de la cruz, acompañando, siempre acompañando. Todos tenemos cruces que llevar, que cargar, algunos más grandes, otros más pequeñas. Lo más importante es saber que en nuestra cruz, está Jesús clavado con nosotros, y a los pies de esa cruz está María. Que ella nos indique el camino con ternura, con suavidad, con consuelo y que nos ayude a poner en el centro siempre al Señor. Que María nos regale la docilidad al espíritu para que podamos buscar siempre la voluntad de Dios.
Que tengas un buen día y que la bendición de Dios, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo, te acompañe siempre. Amén.