Lunes 3 de Junio del 2019 – Evangelio según San Juan 16,29-33

viernes, 31 de mayo de
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Los discípulos le dijeron a Jesús: “Por fin hablas claro y sin parábolas. Ahora conocemos que tú lo sabes todo y no hace falta hacerte preguntas. Por eso creemos que tú has salido de Dios”.

Jesús les respondió: “¿Ahora creen? Se acerca la hora, y ya ha llegado, en que ustedes se dispersarán cada uno por su lado, y me dejarán solo. Pero no, no estoy solo, porque el Padre está conmigo. Les digo esto para que encuentren la paz en mí. En el mundo tendrán que sufrir; pero tengan valor: yo he vencido al mundo”.

 

Palabra del Señor

 


P. Héctor Lordi sacerdote de la orden de San Benito del Monasterio de Los Toldos

 

Los apóstoles después de tantas dudas, de tantas idas y venidas, ahora creen haber llegado a entender a Jesús. Ahora creen que Jesús ha salido de Dios. Bueno así piensan ellos.

Pero Jesús los conoce bien. Ellos afirman que ahora creen. Pero no será tan así. Jesús sabe que cuando las papas queman desaparecerán todos. Jesús sabe que lo van a abandonar todos por miedo. Cuando lo apresaron y lo llevaron a la cruz, todos desaparecieron, no quedaron ni los gatos. Todos salieron rajando como ratas por tirante. Así es el miedo. Tenían miedo que les pasase lo mismo que a su Maestro, por eso huyeron y lo dejaron solo.

Pero Jesús le dice que aunque todos huyan no quedará solo. Porque el Padre estará con él. Por eso Jesús, frente a la soledad en que lo dejan sus discípulos, recurre a la compañía del Padre. Esta conducta es una lección para todos. No debemos quedar aplastados por la soledad. Hay gente que la soledad los aplasta, los enloquece, y les hace daño. Son esos momentos en que hay que pensar que aunque todos se borren, Dios no se borrará. Aunque todos se borren Dios estará siempre a nuestro lado, estará junto a nosotros en las buenas y en las malas. Debemos activar en nuestro interior la presencia del Padre, que no nos deja solos nunca. Esto nos llena de fuerzas.

Para Jesús, la solución está en saber vivir la presencia interior, amigable y tierna del Padre. Y es lo que tendríamos que hacer todos. Ante la soledad, o el borre de todos, nos consuela y nos anima la presencia misteriosa de Dios que nos sostiene y nos cuida. Sino cuando todos nos abandonan nos llenaríamos de angustia. Que se nos grabe bien: Dios siempre estuvo, siempre está y siempre estará.

Jesús les quiere dar ánimos a los apóstoles antes de que huyan. Quiere fortalecerlos en la fe, porque van a sufrir contrariedades graves. Pero la victoria es segura. «En el mundo tendrán luchas, pero tengan valor: yo he vencido al mundo», les dice Jesús. Tendrán que sufrir como le pasó a él. A los discípulos les pasará lo mismo que al maestro. No podrán escaparle al sufrimiento. Pero Jesús salió victorioso. A nosotros nos pasará lo mismo. Solos iremos al fracaso. Pero con Jesús podremos vencer. Esto nos da confianza y seguridad. Pasada la tormenta, si la cruzamos con Jesús, vendrá luego la calma y disfrutaremos del sol.

Jesús nos anuncia luchas. Tenemos que apoyarnos en él y tener fe. Podemos preguntarnos ¿es sólida nuestra fe en Jesús? ¿aceptamos también la cruz, o quisiéramos que no apareciera en nuestro camino? ¿Abandonamos a Cristo ante las exigencias, o lo seguimos también cuando nos exige? Solo podremos vencer si estamos unidos a él. La última palabra no es la muerte, sino la vida. La última palabra no es la cruz sino la gloria. Jesús nos avisa de las contrariedades que no podremos evitar para que encontremos paz en él.

Este es el camino. Buscar la paz en Jesús. Vendrán las tormentas, vendrán los huracanes, vendrán los temporales, pero si estamos agarrados a él, no nos tumbarán. Vendrán las agitaciones, pero si estamos en Jesús encontraremos la paz. Todos buscamos la paz. Hay que ver dónde la buscamos. Si la buscamos en Jesús la vamos a encontrar.