Lunes 31 de Enero del 2022 – Evangelio según San Marcos 5,1-20

jueves, 27 de enero de
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Llegaron a la otra orilla del mar, a la región de los gerasenos. Apenas Jesús desembarcó, le salió al encuentro desde el cementerio un hombre poseído por un espíritu impuro. El habitaba en los sepulcros, y nadie podía sujetarlo, ni siquiera con cadenas. Muchas veces lo habían atado con grillos y cadenas, pero él había roto las cadenas y destrozado los grillos, y nadie podía dominarlo. Día y noche, vagaba entre los sepulcros y por la montaña, dando alaridos e hiriéndose con piedras. Al ver de lejos a Jesús, vino corriendo a postrarse ante él, gritando con fuerza: “¿Qué quieres de mí, Jesús, Hijo de Dios, el Altísimo? ¡Te conjuro por Dios, no me atormentes!”.

Porque Jesús le había dicho: “¡Sal de este hombre, espíritu impuro!”.

Después le preguntó: “¿Cuál es tu nombre?”. El respondió: “Mi nombre es Legión, porque somos muchos”.

Y le rogaba con insistencia que no lo expulsara de aquella región.

Había allí una gran piara de cerdos que estaba paciendo en la montaña.

Los espíritus impuros suplicaron a Jesús: “Envíanos a los cerdos, para que entremos en ellos”.

El se lo permitió. Entonces los espíritus impuros salieron de aquel hombre, entraron en los cerdos, y desde lo alto del acantilado, toda la piara -unos dos mil animales- se precipitó al mar y se ahogó.

Los cuidadores huyeron y difundieron la noticia en la ciudad y en los poblados. La gente fue a ver qué había sucedido. Cuando llegaron adonde estaba Jesús, vieron sentado, vestido y en su sano juicio, al que había estado poseído por aquella Legión, y se llenaron de temor.

Los testigos del hecho les contaron lo que había sucedido con el endemoniado y con los cerdos. Entonces empezaron a pedir a Jesús que se alejara de su territorio.

En el momento de embarcarse, el hombre que había estado endemoniado le pidió que lo dejara quedarse con él.
Jesús no se lo permitió, sino que le dijo: “Vete a tu casa con tu familia, y anúnciales todo lo que el Señor hizo contigo al compadecerse de ti”.

El hombre se fue y comenzó a proclamar por la región de la Decápolis lo que Jesús había hecho por él, y todos quedaban admirados.

 

 

Palabra de Dios

Padre Gustavo Ballario | Sacerdote de la Diócesis de San Francisco

Jesús está en la región de los paganos. Ahí encuentra este hombre “endemoniado”. Un hombre que está conducido por fuerzas que lo deshumanizan. Fuerzas que pretenden dominar a cada ser humano. Fuerzas de las cuales constatamos su existencia a cada momento de nuestra vida. Este hombre representa la condición del hombre que aún no ha encontrado a Cristo. Veamos en qué estado se encuentra este hombre.

El hombre se encuentra en un cementerio. Es un lugar de muerte. Vive entre los sepulcros. Esto indica que vive lejos de Dios. Además este hombre vive lejos de los hermanos y de la creación. Es un hombre deshumanizado.

El hombre que no levanta la mirada a Dios, puede llevar adelante su vida biológica perfectamente pero no es plenamente ser humano, porque lo que caracteriza al hombre es la mirada hacia lo alto, o si queremos, hacia lo profundo de sí mismo.

El hombre del evangelio no tiene tampoco una relación sana con los hermanos. Simplemente no se relaciona. Muchas veces intentaron hacerlo ser humano por obligación: “Muchas veces lo habían atado con grillos y cadenas”. Pero el ser humano se realiza plenamente cuando hace opciones libres y no cuando es obligado. La sociedad no se humaniza con leyes, normas y prohibiciones. Las prohibiciones no resuelven el problema de la humanidad sino las convicciones profundas.

“Día y noche, vagaba entre los sepulcros y por la montaña, dando alaridos e hiriéndose con piedras.” La persona deshumanizada ya no tiene un rostro humano. Parece una bestia, es agresivo, grita en lugar de hablar. La persona deshumanizada no sabe hablar ni sabe dialogar. Solo grita. El grito es la degeneración de la palabra. El grito es la pretensión de neutralizar la palabra del otro. Es el modo más eficaz de anular la existencia de los otros.

La persona deshumanizada se hace daño a sí misma: “se hiere con piedras”. Destruye a los demás y se destruye a sí misma. Se hiere con permanentes sentimientos de culpa. Se hiere haciéndose cargo de las cosas que los demás dicen de ella. Se hiere dejando espacio a sentimientos y pensamientos negativos. Esta es la condición de quien no ha encontrado aún la palabra que lo hace realmente humano.

“Al ver de lejos a Jesús, vino corriendo a postrarse ante él”. El hombre deshumanizado que se encuentra con Jesús, comienza a intuir el fin de su condición de muerte. Es el momento de la crisis. Inicialmente hay resistencia pero puede vislumbrar el inicio de una vida nueva. La crisis es posibilidad de crecimiento. Es condición para un salto cualitativamente diverso en la vida. La crisis puede ser señal de salida de la zona de confort, a veces éticamente oscura, para la entrada en el mundo de la luz.

El relato continúa con el envío de los espíritus inmundos a los cerdos. El evangelio continúa moviéndose en el mundo de la impureza, representada por los cerdos. Y finalmente la imagen del mar, que es también representación de las fuerzas del mal.

“Sentado, vestido y en su sano juicio”. Así lo encontramos al hombre ya curado por Jesús. Sentado como quien es capaz de escuchar. Vestido porque volvió a presentare ante los demás como un ser humano y no como una bestia. El vestido es el modo de presentarnos ante los demás. Revestido del hombre nuevo ahora se presenta ante las demás personas con un obrar diverso. Y en su sano juicio. Ahora es capaz de discernir y conocer. Su mente ya no está habitada por el poder de las tinieblas, que lo confunde todo y lo hace todo oscuro. El encuentro con Jesús y su Palabra nos da la posibilidad de ver con claridad, de distinguir.

Y vos, que sos un discípulo de Jesús, te dejas sanar por su Palabra que humaniza? Hasta la próxima!