Lunes 4 de Octubre de 2021 – Evangelio según San Lucas 10,25-37

martes, 28 de septiembre de
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Un doctor de la Ley se levantó y le preguntó para ponerlo a prueba: “Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la Vida eterna?”. Jesús le preguntó a su vez: “¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?”. El le respondió: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu espíritu, y a tu prójimo como a ti mismo”. “Has respondido exactamente, le dijo Jesús; obra así y alcanzarás la vida”. Pero el doctor de la Ley, para justificar su intervención, le hizo esta pregunta: “¿Y quién es mi prójimo?”. Jesús volvió a tomar la palabra y le respondió: “Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de unos ladrones, que lo despojaron de todo, lo hirieron y se fueron, dejándolo medio muerto. Casualmente bajaba por el mismo camino un sacerdote: lo vio y siguió de largo. También pasó por allí un levita: lo vio y siguió su camino. Pero un samaritano que viajaba por allí, al pasar junto a él, lo vio y se conmovió. Entonces se acercó y vendó sus heridas, cubriéndolas con aceite y vino; después lo puso sobre su propia montura, lo condujo a un albergue y se encargó de cuidarlo. Al día siguiente, sacó dos denarios y se los dio al dueño del albergue, diciéndole: ‘Cuídalo, y lo que gastes de más, te lo pagaré al volver’. ¿Cuál de los tres te parece que se portó como prójimo del hombre asaltado por los ladrones?”. “El que tuvo compasión de él”, le respondió el doctor. Y Jesús le dijo: “Ve, y procede tú de la misma manera”.

 

 

Palabra de Dios

Padre Gustavo Ballario

Meditemos juntos la bella parábola del samaritano.

“Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó” ¿Quién era? No sabemos absolutamente nada de él: ni la edad, ni la profesión, ni la tribu a la pertenecía, ni la religión que profesaba; no sabemos si era blanco o negro, bueno o malo, amigo o enemigo. ¡Era un hombre! Y esto basta. Aunque hubiera sido un malvado, no habría perdido por eso su dignidad de persona necesitada de ayuda.

“Coincidió que bajaba por aquel camino un sacerdote…y un levita” Estamos, pues, frente a dos judíos, inmejorables, personas que rezan y que tienen muy claras las ideas sobre Dios y la religión. ¿Por qué provoca a los “notables” a “los miembros de la jerarquía”? Jesús no tolera formalismos exteriores utilizados como cómoda escapatoria para no dejarse involucrar en los problemas de los demás. ¿Qué hacen el sacerdote y el levita? Llegan al lugar, ven…pero se pasan al otro lado del camino y siguen de largo. Vienen de Jerusalén donde ciertamente han participado a solemnes liturgias. Han permanecido una semana con el Señor, y era de esperar de quienes se unen a Dios un poco más de misericordia y de amor hacia los necesitados. Los dos “hombres de iglesia” vienen del templo y, sin embargo, son insensibles, no tienen compasión, que es el primero de los sentimientos de Dios.

A este punto los oyentes se espera que, después de los dos “hombres de iglesia” entre en escena el “salvador” que será, están seguros de ello, un laico judío. Si Jesús hubiera continuado la parábola en este sentido, la gente hubiera expresado su aprobación con un aplauso. Y, sin embargo, la sorpresa es mayúscula: aparece uno de aquellos indeseables, a los cuales llamaban perros: un samaritano. Frente a un hombre que se encuentra en necesidad, el samaritano sigue a su corazón. No obra por motivos religiosos o por el deseo de agradar a Dios o para acumular méritos y ganarse el cielo por haber ayudado a un pobre, sino solamente por compasión, simplemente porque se lo pide el corazón. Se siente movido por ese sentimiento –aunque no se dé cuenta– que es la proyección de lo que siente Dios. En el relato leído cuidadosamente podremos encontrar diez acciones que realiza el samaritano con el hombre que estaba medio muerto. Estas diez acciones son como un nuevo decálogo que pone de manifiesto el verdadero amor a Dios. Recordemos lo que dice Juan en su primera carta: “El que dice: «Amo a Dios», y no ama a su hermano, es un mentiroso. ¿Cómo puede amar a Dios, a quien no ve, el que no ama a su hermano, a quien ve? Este es el mandamiento que hemos recibido de él: el que ama a Dios debe amar también a su hermano.

Y vos, que ya sos discípulo de Jesús, ¿te comportás como prójimo de quienes te necesitan? Hasta la próxima! Paz y Bien!