Cuando Jesús llegó a Nazaret, dijo a la multitud en la sinagoga: “Les aseguro que ningún profeta es bien recibido en su tierra. Yo les aseguro que había muchas viudas en Israel en el tiempo de Elías, cuando durante tres años y seis meses no hubo lluvia del cielo y el hambre azotó a todo el país.
Sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda de Sarepta, en el país de Sidón.
También había muchos leprosos en Israel, en el tiempo del profeta Eliseo, pero ninguno de ellos fue curado, sino Naamán, el sirio”.
Al oír estas palabras, todos los que estaban en la sinagoga se enfurecieron y, levantándose, lo empujaron fuera de la ciudad, hasta un lugar escarpado de la colina sobre la que se levantaba la ciudad, con intención de despeñarlo. Pero Jesús, pasando en medio de ellos, continuó su camino.
El salmo de la liturgia nos recuerda y nos invita a orar el salmo 41, lo vamos a orar y abrimos el corazón a esta palabra de Dios que es proclamada.
“Mi alma tiene sed del Dios viviente, como la cierva sedienta busca las corrientes de agua, así mi alma suspira por ti Dios mío.
Mi alma tiene sed de Dios, del Dios viviente, ¿cuándo iré a contemplar el rostro de Dios?
Envíame tu luz y tu verdad, a que ellas me caminen y me guíen por tu santa montaña, hasta el lugar donde tú habitas y llegaré al altar de Dios, al Dios que es mi alegría.
La alegría de mi vida y te daré gracias con la cítara señor Dios mío”.
Que hermoso anhelo expresa este salmo, el gran anhelo del corazón de todo ser humano llegar a ver el rostro de Dios.
Ver a Dios cara a cara, así el salmo expresa este profundo anhelo de plenitud que se esconde en tu corazón en el mío.
Es por eso que en este tiempo de cuaresma justamente donde estamos volviendo de algún modo a lo profundo de nuestro corazón, volviendo la casa del Padre, en este tiempo de purificación, de encuentro nuevamente con Dios y los hermanos, qué bonito qué durante la jornada resuene este texto: ¡Mi alma tiene sed de vos, de “vos”, Dios viviente !
Que la palabra siga resonando a lo largo de este día, que la palabra se haga plenitud en tu corazón, que despierte en esta Cuaresma este profundo anhelo, deseo, este profundo anhelo que esconde el corazón de todo ser humano: ¡Contemplar el rostro de Dios!
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