Lunes 9 de Agosto de 2021 – Evangelio según San Mateo 17,22-27

miércoles, 4 de agosto de
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Mientras estaban reunidos en Galilea, Jesús les dijo: “El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres:  lo matarán y al tercer día resucitará”. Y ellos quedaron muy apenados. Al llegar a Cafarnaún, los cobradores del impuesto del Templo se acercaron a Pedro y le preguntaron: “¿El Maestro de ustedes no paga el impuesto?”. “Sí, lo paga”, respondió. Cuando Pedro llegó a la casa, Jesús se adelantó a preguntarle: “¿Qué te parece, Simón? ¿De quiénes perciben los impuestos y las tasas los reyes de la tierra, de sus hijos o de los extraños?”. Y como Pedro respondió: “De los extraños”, Jesús le dijo: “Eso quiere decir que los hijos están exentos. Sin embargo, para no escandalizar a esta gente, ve al lago, echa el anzuelo, toma el primer pez que salga y ábrele la boca. Encontrarás en ella una moneda de plata: tómala, y paga por mí y por ti”.

 

Palabra de Dios

Padre Gustavo Ballario Sacerdote de la Diócesis de San Francisco

 

 

Mientras estaban reunidos en Galilea, Jesús les dijo: «El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres: lo matarán y al tercer día resucitará». Y ellos quedaron muy apenados.

El texcompleto que la liturgia nos propone hoy habla de dos asuntos bien diferentes el uno del otro: El segundo anuncio de la pasión, muerte y resurrección de Jesús y la conversación de Jesús con Pedro sobre el pago de los impuestos. Nosotros vanos a fijar la mirada solo en la primera parte.

Hay muchas repeticiones en los Evangelios, pero no son casuales, siempre tienen alguna razón. Ellas son por ejemplo la multiplicación de los panes, la disputa entre los discípulos sobre quién era el más grande, la réplica del Maestro a estas afirmaciones, el abrazo de Jesús a los niños. El anuncio de la pasión se repite incluso tres veces en Marcos, siempre acompañado de una reacción reprochable por parte de los discípulos, incapaces de entender una propuesta de vida que, de acuerdo con los criterios de los hombres, parece totalmente insensata.

En la primera parte de la lectura de hoy, es presentado el segundo de estos anuncios, “El Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los hombres. Lo matarán y al tercer día resucitará”

“Va a ser entregado”. ¿Por quién? –nos pregúntanos–. La respuesta parece obvia: por Judas. Sin embargo, estamos frente a lo que los teólogos llaman “pasivo divino”, es decir, un verbo en voz pasiva que en la Biblia se usa para atribuir a Dios una determinada acción. Es el Señor quien ofrece a su hijo, quien lo entrega en el poder de los hombres.

El enamorado no tiene otra manera de expresar todo su amor que abandonarse en los brazos de la persona amada. Esto es lo que Dios ha hecho: se entregó en manos de los hombres, sabiendo que harían con él lo que quisieran.

La respuesta a este inmenso amor ha sido dramática y está anunciada por Jesús en futuro: lo matarán. Aquí el crimen no se atribuye a los jefes de los sacerdotes y a los escribas, sino a los hombres. Si Dios hubiera permanecido en el cielo, podría haber sido olvidado o, a lo sumo, blasfemado, pero, desde que decidió bajar a la tierra y ponerse en manos de los hombres, se ha entregado a la muerte.

Los discípulos no están en grado de comprender este amor del Señor, sus pensamientos están demasiado lejos de los del cielo. Es fácil ver la razón de su cerrazón: ellos quedaron muy apenados. El destino que, según Jesús, espera el Hijo del hombre es incompatible con las creencias religiosas inculcadas por los rabinos. Es lo opuesto a sus expectativas y no pueden aceptar la idea de que Dios abandone a su elegido en las manos de los malhechores. Concuerda con la objeción del sabio Elifaz dirigida a Job: “¿Recuerdas un inocente que haya perecido? ¿Dónde se ha visto un justo exterminado?” (Job 4,7) y con la declaración del salmista: “Fui joven, ya soy viejo: Nunca he visto un justo abandonado” (Sal 37,25).

¿Cómo conciliar la justicia de Dios con la derrota o incluso con la muerte del Hijo del hombre?
No es de extrañar que incluso después de escuchar por segunda vez el mismo anuncio, los discípulos no hayan entendido, es decir, no han podido aceptar el escándalo de la pasión del Mesías. Todavía se acordaban de su reacción, casi resentida, cuando Pedro había intentado disuadirlo de la cruz. Se habían dado cuenta de que cuando se tocaba este punto, el Maestro reaccionaba con dureza, era intransigente, no quería que se le contradijese y no aceptaba consejos.

La falta de armonía con la mente de Cristo conduce inevitablemente a plegarse a las convicciones de los hombres. Los discípulos no entienden o han cerrado deliberadamente los ojos y los oídos para no escuchar las palabras del Maestro ni aceptar la meta propuesta por él para cada discípulo.

En la primera carta a los corintios, Pablo nos recuerda: “Mientras los judíos piden milagros y los griegos van en busca de sabiduría, nosotros, en cambio, predicamos a un Cristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los paganos, pero fuerza y sabiduría de Dios para los que han sido llamados, tanto judíos como griegos. Porque la locura de Dios es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad de Dios es más fuerte que la fortaleza de los hombres.” (1 Cor. 1, 22-25)

La fuerza del mensaje de la cruz no está en el sacrificio sino en el amor. Cuando los discípulos escucharon este anuncio de la pasión quedaron apenados. Es que el corazón queda marchito cuando es atrapado solo por el dolor de la muerte. Pero el corazón se alegra cuando puede contemplar el amor. Porque el amor es más fuerte que la muerte.

Y vos, que decidiste seguir a Jesús, ¿ya aceptaste su amor?

¡Hasta la próxima!