Al ver a la multitud, Jesús subió a la montaña, se sentó, y sus discípulos se acercaron a él. Entonces tomó la palabra y comenzó a enseñarles, diciendo: “Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos. Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia. Felices los afligidos, porque serán consolados. Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados. Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia. Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios. Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios. Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos. Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí. Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo; de la misma manera persiguieron a los profetas que los precedieron.”
“Estén alegres y contentos porque su recompensa será grande en el cielo”. Qué lindo que es escuchar esto, qué lindo imaginarse ese día en que te encuentres por fin cara a cara con Dios y te reencuentres con la familia del cielo. Pensá la locura hermosa de todos aquellos que siguieron a Jesús antes que vos y encontraron en Él su plenitud, y que ahora te están esperando allá. deseosos de que vos vivas y descubras lo mismo que ellos: que la vida vale la pena, que la fe, vale la pena y que vos tenés que vivir esa vida en abundancia. Alegres y cantando al señor, ese es el cielo, esa alegría, ese entusiasmo es felicidad de vivir y de compartir en Dios. Hoy celebramos junto con toda la Iglesia la solemnidad de Todos los Santos. A lo largo del año litúrgico la Iglesia nos propone como modelos e intercesores a los santos. Hoy los recordamos a todos ellos, a los conocidos y a los que no. Por eso reconocemos sus virtudes sus méritos, pero también sus cruces, sus debilidades y sobre todo, las cosas que ellos vivieron, la gracia de Dios en sus vidas. Los Santos están viviendo en el amor de Dios y ese amor es tan grande que no se lo pueden guardar, lo tienen que compartir. Por eso son intercesores, para que vos y yo lleguemos al cielo. Y sÍ, es cierto, el Evangelio nos muestra que el camino de la santidad no es sencillo, cuesta sangre, sudor y lágrimas, pero se empieza a construir desde acá con la gracia de Dios. Por eso es importante apuntar alto, no fuiste creado, creada para la mediocridad, Dios sueña para vos cosas grandes. Te dio un corazón grande, pero también frágil, te dio un corazón capaz de amar, pero también con sus limitaciones. Tenés un corazón de águila pero alas de gorrión. Necesitás de Dios.
Dios te muestra el camino. Por eso el señor se encarga en el Evangelio de hoy de explicarte y de darte un adelanto de lo que va a venir: felices, feliz vos si lo seguís, si lo buscas a Dios. Aunque todo te cueste, aunque la vida se vuelva cuesta arriba, aunque tengas que hacer sacrificios, aunque llores en tus decisiones, no estás solo no estás solo. Dios te sostiene y los Santos te acompañan. ¡Imaginate la cantidad de Santos que interceden por vos! Por eso es importante no apurarse: si estás en tiempo de cruz, acordate que Dios está; si estás en tiempo de alegría, acordate que Dios está. Pienso que el gran problema que tenemos con Dios es que él no está apurado y nosotros sí. Él tiene todo el tiempo del mundo. Entonces, cuando más apurado estamos, Él nos dice “calmate, te necesito tranquilo, tranquila para esto. Tenés que descubrir mi paso en esto que te toca vivir, yo estoy ahí, no falta de mí, te sigo hablando, escuchame”. Las grandes cosas no se improvisan, por eso pasan pocas cosas grandes, pero cuando pasan, pasan en serio. La santidad es algo que no se improvisa, es algo de todos los días. La santidad no es una decisión para toda la vida sino un “sí” cada día, La clave de todo esto es sentirse hijo de Dios. Cuando vos te sentís hijo de Dios y sentís que Dios te mima con el amor que te tiene, no hay nada que pueda vencerte, no hay nada que pueda ocultarse a vos, no hay nada que pueda destruirte. Sentirse hijo de Dios la clave. Es acordarse de que el Santo no es aquel que hace todo perfecto, es el que asume sus limitaciones. Él es el que se cae y se levanta porque sabe que Dios está y porque confía plenamente en Él. El santo es el que aprendió a caerse pero también a ser levantado por Dios.
El Señor te plantea algunas cosas que hasta podría decirte que son extremos: por un lado aparece el sufrimiento y el dolor, por otro la gloria de la resurrección. Pero la clave es el seguimiento. Aparece el sufrimiento, es algo a lo que el Señor no te va a dibujar, te va a decir desde el principio “no te engaño, es cierto. Vas a tener que cargar con la cruz”, pero de verdad Dios está. ¿Vos querés ser Santo? Bueno, renunciá a vos mismo, dejá de lado tus ideas, tus proyectos, tus planes. Renunciá a querer quedar bien parado siempre y de sentirte la estrella de todo. Es tomar la Cruz. La santidad es cruz, todos tenemos una. Muchas veces nos sentimos los únicos que sufrimos pero no, no estamos solos. En esto también es necesario descubrir que no estamos solos. Acordate que somos comunidad, comunidad acá en la tierra peregrina, pero también en el cielo: hay gente que reza por vos, no está solo. Pedí oración y rezá por los demás. Acordate que esto recién empieza, que la vida es una aventura y la santidad es una aventura. No es un punto de llegada, es un camino de todos los días.
Que tengas un buen día y que la bendición de Dios y la intercesión de Todos los Santos, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo, esté con vos y permanezca siempre. Amén.