Jesús dijo a los fariseos: “Yo me voy, y ustedes me buscarán y morirán en su pecado. Adonde yo voy, ustedes no pueden ir”. Los judíos se preguntaban: “¿Pensará matarse para decir: ‘Adonde yo voy, ustedes no pueden ir’?”. Jesús continuó: “Ustedes son de aquí abajo, yo soy de lo alto. Ustedes son de este mundo, yo no soy de este mundo. Por eso les he dicho: ‘Ustedes morirán en sus pecados’. Porque si no creen que Yo Soy, morirán en sus pecados”. Los judíos le preguntaron: “¿Quién eres tú?”. Jesús les respondió: “Esto es precisamente lo que les estoy diciendo desde el comienzo. De ustedes, tengo mucho que decir, mucho que juzgar. Pero aquel que me envió es veraz, y lo que aprendí de él es lo que digo al mundo”. Ellos no comprendieron que Jesús se refería al Padre. Después les dijo: “Cuando ustedes hayan levantado en alto al Hijo del hombre, entonces sabrán que Yo Soy y que no hago nada por mí mismo, sino que digo lo que el Padre me enseñó. El que me envió está conmigo y no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que le agrada”. Mientras hablaba así, muchos creyeron en él.
De a poco nos vamos acercando a la Semana Santa, casi todo el camino de la cuaresma lo tenemos ya transitado, por eso el Evangelio que compartimos hoy, Juan 8, del 21-30, nos orienta para contemplar al Señor. Te invito a meditar algunas ideas.
En primer lugar, rezá frente a la cruz. Qué importante, poder detenernos y contemplar la cruz, es bueno tener una cruz siempre a mano en tu casa. Acordate que cuando mirás la cruz, estás contemplando el mayor acto de amor de la historia. Es Dios hecho hombre que da la vida por vos. Sabemos que resucitó, pero cuando los católicos miramos a Jesús crucificado, nos acordamos de aquello que decía San Pablo: “Predicamos a un Cristo crucificado, escándalo para los judíos, locura para los paganos, pero para nosotros fuerza y sabiduría de Dios” (1 Cor 1, 23). Cuando contemples la cruz, acordate de agradecerle al Señor su misericordia con vos: “¡Gracias, Señor, por darme vida! ¡Gracias por ser mi fuerza! ¡Gracias por sostenerme!” Rezá frente a la cruz y ofrecele al Señor tus sufrimientos, presentale eso que te duele, lo que te pasa y lo que te pesa. Dejá que Jesús te sane y consuele. Así que, tarea para hoy, quedate un rato orando frente al crucifijo. Tomate un momento para pensar en el inmenso amor que Dios te tiene. Vas a ver que cuando termines, te va a quedar paz en el corazón. Pedile al Señor una mirada sobrenatural.
En segundo lugar, Dios salva. El Señor cita el capítulo 21 del libro de los Números cuando, por la incredulidad del pueblo de Israel, aparecieron unas serpientes que atacaban el campamento. Entonces Dios mismo manda a Moisés a fabricar una serpiente de bronce y todos los que miraban esa imagen, quedaban sanados. Bueno, en el pasaje de hoy encontramos que el mismo Jesús se pone a sí mismo como aquel a quien hay que mirar para obtener la salvación. El Señor dice “Yo Soy”, que es el nombre propio de Dios y que, por amor a nosotros, se acerca. Quien ama se acerca y achica distancias. Dios es un Dios cercano. Pedí al Señor la gracia de mirar a lo alto y dejarte sostener. Tenemos que aprender a relacionarnos con nuestro Padre del Cielo. Acordate que Jesús es el rostro del Padre, confiá en Él. No estás solo, no estás sola, es una certeza que Jesús nos regala. Nadie queda sólo, sólo el que quiere.
Por último, no pierdas tu identidad. Jesús te muestra quién es, te muestra su identidad. Los fariseos no terminan de entender que todo lo que el Señor hace es reflejo del amor de Padre. Y claro, quieren entender, quieren saber todo, quieren controlar todo. Ahí está su pecado, en pensar que a Dios lo pueden manejar. Les falta humildad, les falta docilidad, les falta aceptar el amor de Dios. Nosotros decimos: “Jesús es Dios”. Juan nos invita a decir: “¡Dios es Jesús!”. Fijate qué frase fuerte les dice el Señor: “les he dicho que morirán en el pecado, porque si no creen que Yo Soy, morirán en sus pecados”. Solamente reconocer que Dios es Dios nos hace descubrir quiénes somos nosotros. Por eso la fe te hace más vos, porque te ayuda a tener un cable a cielo y un cable a tierra. Por eso, creer en Jesús es reconocer que Dios es Emmanuel. Ahí nos encontramos con que Dios nos pensó para la plenitud, que Dios sueña con vos y te quiere vivo para estar con Él. Cuando lo miramos a Jesús, descubrimos quienes somos.
Que tengas un buen día y que la bendición de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, te acompañe siempre. Amén.