Jesús dijo a sus discípulos: Ustedes son la sal de la tierra. Pero si la sal pierde su sabor, ¿con qué se la volverá a salar? Ya no sirve para nada, sino para ser tirada y pisada por los hombres. Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad situada en la cima de una montaña. Y no se enciende una lámpara para meterla debajo de un cajón, sino que se la pone sobre el candelero para que ilumine a todos los que están en la casa. Así debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes, a fin de que ellos vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en el cielo.
El Evangelio de hoy nos muestra dos aspectos, dos imágenes que nos pone el Señor a la hora de poder revisar nuestra propia vida. Jesús les dice a sus discípulos “ustedes son sal de la tierra, ustedes son luz del mundo”. Podríamos decir que una imagen tiene que ver con nuestra vida espiritual y la otra con nuestro anuncio del Evangelio, pero que ninguna de las dos puede existir separada. Entonces, podemos pensar algunos puntos:
Por un lado, conservar el sabor. Fijate que el Señor habla de la sal. La sal es lo que le da gusto, lo que le da sabor a todo. Y esta es una imagen que nos puede ayudar mucho para que nos preguntemos cómo vamos caminando en nuestra vida de fe, cómo vamos transitando nuestra vida espiritual; cómo es nuestra relación con el Señor; dónde lo estamos encontrando; cómo es nuestro discernimiento a la hora de buscar su voluntad. Preguntarme si lo que estoy viviendo en mi día a día, en mi andar cotidiano, tiene gusto o no. Porque lo que menos quiere Dios, es que tu vida o la mía pierdan el sabor, que sean insípidas, que vivamos en la indiferencia, que nada nos importe. Y eso significa preguntarnos: ¿qué le está faltando a mi vida para que tenga pleno sentido? ¿qué es lo que le falta a mi vida para sentir plenitud, para experimentar felicidad, esa felicidad que solamente el Señor puede dar? Preguntarse por la sal tiene que ver con salir de la rutina, con no pensar que hacer todos los días lo mismo signifique que nuestra vida sea aburrida o tediosa. Es tener capacidad de asombro, es descubrir que, aunque yo haga lo mismo, ningún día es igual al otro porque el Señor me tiene una novedad preparada.
Por otro lado, vemos que Jesús dice “ustedes son la luz del mundo”. La luz es algo que no se puede ocultar. La luz se tiene que difundir, se tiene que compartir. No ponemos una lámpara debajo de la mesa, la ponemos en un lugar alto para que alumbre. Y esa luz es la de nuestra vida: la lámpara somos nosotros y Jesús es el que ilumina. En el tiempo en que Mateo escribió el Evangelio, dicen que la misión estaba siendo difícil para las comunidades de los judíos convertidos porque, a pesar de vivir en la observancia de la ley de Moisés y de comenzar a descubrir a Jesús, estaban siendo expulsados de las sinagogas. Todo esto causaba tensiones causaba incertidumbres y, claro, esto generaba una crisis que llevó a cada cual a encerrarse en su posición: algunos querían avanzar y otros poner la lámpara bajo la mesa. Y se preguntaban entonces cuál sería la misión que Jesús les quería dar. Bueno, yo creo que hoy a vos y a mí, nos llega esta pregunta: ¿cómo estamos iluminando? Vos tenés la misión de ser testimonio, de iluminar sin frustrarte. Hay que rezar, hay que involucrarse, hay que dejar de vivir en la indiferencia. El camino es el contacto persona a persona, nada puede reemplazar un escuchar, un aconsejar, estar ahí para el otro. Nada reemplaza el contacto personal, el llevar a Jesús con tu vida, con tu historia, con tu testimonio, con tus limitaciones inclusive. Pero, sobre todas las cosas, animándote a compartir con el otro. Por eso, fijate, eh. Siempre va a haber alguien que esté sufriendo. Vos sos luz y tenés que asumir esa vocación, tenés que estar para los demás así como Jesús está para tu vida. Iluminá con esa luz que el Señor te da y vas a ver que siempre va a aparecer gente para acompañar.
Que tengas un buen día y que la bendición de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, te acompañe siempre. Amén.
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