Martes 10 de Enero de 2023 – Evangelio según San Marcos 1,21b-28

lunes, 9 de enero de
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Jesús entró a Cafarnaún, y cuando llegó el sábado, Jesús fue a la sinagoga y comenzó a enseñar. Todos estaban asombrados de su enseñanza, porque les enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas. Y había en la sinagoga un hombre poseído de un espíritu impuro, que comenzó a gritar: “¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido para acabar con nosotros? Ya sé quién eres: el Santo de Dios”. Pero Jesús lo increpó, diciendo: “Cállate y sal de este hombre”. El espíritu impuro lo sacudió violentamente y, dando un gran alarido, salió de ese hombre. Todos quedaron asombrados y se preguntaban unos a otros: “¿Qué es esto? ¡Enseña de una manera nueva, llena de autoridad; da órdenes a los espíritus impuros, y estos le obedecen!”. Y su fama se extendió rápidamente por todas partes, en toda la región de Galilea.

 

 

Palabra de Dios

Padre Matias Burgui| Sacerdote de la Diócesis de Bahía Blanca

 

En esta primera semana del tiempo ordinario la liturgia nos invita a contemplar el ministerio público de Jesús, sobre todo en Galilea. Te acordás que Jesús vivió en Galilea y estuvo treinta años en el silencio, acompañando a su madre, aprendiendo un oficio de su padre. Treinta años oculto del mundo, treinta años dicerniendo, orando, conociendo y aprendiendo de la gente, nutriéndose de la sabiduría de los demás… Hasta que, claro, llegó el momento de su predicación, su tiempo, su hora y ahí entonces eligió a sus primeros discípulos, salió a proclamar el Reino de los Cielos, a anunciar la Buena Noticia y, fundamentalmente, a evangelizar. Buena noticia significa eso, “Evangelio”. Por eso, cuando vos estás evangelizando, cuando anunciás, estás dando una buena noticia. Por eso, qué lindo que vos y yo seamos justamente eso, portadores de la buena noticia, agentes de evangelización. Es decir, aquel que se compromete a llevar este anuncio, este Evangelio. Es cierto, como dice San Pablo, “llevamos un tesoro en vasijas de barro”, pero el Señor por eso eligió. Pensá nada más en la cantidad de malas noticias con las que nos bombardean a diario, basta con que prendas la televisión, que enciendas la radio o entres en internet, con salir a la calle para que te llenes de todo eso. Entonces, qué te parece si vos y yo nos comprometemos a transmitir la buena noticia desde donde estamos. Y no hay que hacer grandes cosas y tampoco hay que transmitir de manera maravillosa las cosas, es dejar solamente que Dios se haga cargo, poder anunciar con nuestras palabras, con nuestras acciones que Dios ama, que Dios perdona, que Dios espera, que tiene un abrazo para los demás, que Él no mira tu error, tu culpa sino que te quiere levantar. Ese es el Dios que queremos transmitir.

Y, bueno, el Evangelio nos muestra que Jesús quiere anunciar esa Buena Noticia y busca que muchos más se sumen a la construcción del reino. Eso es lo que nos dice la Palabra: el Señor entró en Cafarnaúm y empezó a enseñar. Es el primer gran gesto que nos muestra la Palabra, la enseñanza. La gente se admiraba por la autoridad de Jesús porque Él no quería imponer, porque no era violento, porque no gritaba. La imposición no sirve de nada, eso ya lo sabes en tu vida seguramente con sangre sudor y lágrimas, ya lo has aprendido. Pero Jesús enseñaba distinto. Qué bueno sería que no caigamos en esto de ser autoritarios, de querer imponer lo que nos parece, que podamos vivir con humildad y al servicio de los demás siempre desde nuestro lugar. Acordate que la autoridad se gana con la confianza y con la coherencia: que haya una unidad entre lo que pienso, lo que digo y lo que hago. Que tu “sí” sea “sí” y que tú “no” sea “no”. El Señor tenía autoridad en las palabtasy la gente quedaba conmovida con esa forma de hablar y de enseñar. Hoy también vos y yo podríamos pedir esto, aprender de Jesús y tener un corazón dócil, ser alumnos del Señor, escuchar el plan que Dios tiene pensado para nosotros y para nuestras vidas.

Que tengas un buen día y que la bendición de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, te acompañe siempre. Amén.